En el océano electoral sólo se ve resoplar a rorcuales y cachalotes. Puede que estos grandes mamíferos marinos (Rajoy es gallego y Zapatero, del Barça, que también es una identidad portuaria) no se alimenten de chanquetes, pero el pez menudo, ni se ve. Pese a la contradictoria salud de algún independentismo, en la política, como en la banca y las eléctricas, se llevan las OPA, la concentración de la propiedad, el mando único: hemos dejado de ser -snif- un país de baja densidad demográfica y donde crece la gente, los afanes y el ruido, se dispara la tentación del altavoz y la señal única para todas las televisiones.
Si el precio del metro cuadrado edificado es el que es (tres veces más caro que en Alemania), se pueden imaginar a cómo se ha puesto el minuto de televisión: inalcanzable, aunque no para todos. El debate entre Rajoy y Zapatero fue calificado tantas veces de histórico y decisivo que, con certeza, tuvo que ser una banalidad. Estos adjetivos desmesurados los usan mucho los apoderados taurinos, los representantes de los boxeadores y la democracia americana, cuyo sentido del espectáculo se compensa con una vivencia radical de las libertades individuales que para mi país quisiera, pero nos han vendido como presidenciales unas elecciones que no lo son y como bipartidista, un Legislativo que dista mucho de serlo.
Yendo en bicicleta (por cierto, los trenes hacia Aragón no permiten subir bicis), me encuentro paseando a Joan Barres, el que fuera alcalde socialista de Alboraia. Luego vuelvo a verle, de candidato, en la valla electoral de ERPV y el señor Barres incurre en el prodigio de habitar, a la vez, tres lugares, incluido el espacio que ocupa en mi memoria, pero ni una golondrina hace verano ni un puñado de mosquitos, un marjal. Como todo lo nuestro gira alrededor del ladrillo, PSOE y PP levantan cada vez más alto el muro de sus barrios exclusivos y no hay pisos ni minutos de televisión asequibles.
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