En los años de universidad tuve una amiga que, después de algunas depresiones, logró que una psicóloga le recuperara la autoestima hasta tal punto que perdía el sentido de la realidad, sumida en la más alta euforia. Sus amigos bromeábamos con la pasta que le sacaba la psicóloga, pero dábamos por bien empleado el elevado coste de aquella felicidad. A veces, sin embargo, le veíamos algunos peligros a las situaciones de ficción en las que se veía metida nuestra amiga, sin percibir las señales del artificio.

Ahora me he preguntado si el Partido Popular no tendrá un regimiento de psicólogas como la de mi amiga. Los saltitos de alegría de Esperanza Aguirre, celebrando el hipotético triunfo de Rajoy en el mediocre debate del lunes, me la recordó. Y el festejo de banderas y músicas con que fue acogido el líder del PP tan pronto superó el esfuerzo que le supuso el debate parecía dirigido por una psicóloga que hubiera repartido pastillas estimulantes. Detrás de Pío García Escudero percibí los efectos del dopaje a la mañana siguiente en la radio. Entusiasmado con el triunfo inexistente, afirmaba que a esa hora temprana, la hora de los buenos españoles que se levantan a las siete, la actuación de Rajoy en el debate le parecía aún mejor que con el debate calentito. El periodista le preguntaba si no había visto las encuestas que daban a su líder por perdedor, pero él le respondía que eso lo dirían algunas encuestas precipitadas. El periodista le insistía en que todas, pero él le advertía que había otras que no, que declaraban el triunfo de Rajoy. Dígame una, por ejemplo, le pedía el periodista, pero la euforia de don Pío no acertaba a contestarle. Terminó remitiéndole a las páginas digitales donde las psicólogas deben realizar maniobras virtuales para los eufóricos. Y entre los más eufóricos estaba Ángel Acebes que, cerca del alcázar de Toledo, proclamaba en la mañana la alegría que traspasaba al PP por la buena actuación televisiva de Rajoy. Era tanta que cualquiera diría que hubieran esperado otra cosa del líder indiscutible.

Pero la felicidad popular me trajo la confirmación de que si el debate no enseñó mucho a los espectadores el posdebate sí que consiguió al menos enseñarles algo sobre el sentido de la realidad -o si se quiere, de la verdad y la mentira- que ejerce el Partido Popular. De que suelen mentir teníamos no sólo pruebas históricas, tan dramáticas como contundentes, sino pruebas recientes en el propio debate, pero lo bueno de este espectáculo del entusiasmo para celebrar lo que no fue es que nos permite comprobar que se creen sus propias mentiras. Y eso es lo que espero que le haya pasado a la señora Aguirre al declarar a El País que el sentido del pluralismo impuesto en Tele Madrid es el de la BBC. Es mejor para los madrileños que su presidenta se crea sus propias mentiras a que se burle de ellos. Pero no me extrañaría que los valencianos corrieran la misma suerte con su president y que éste se permita comparar a Canal Nou con la BBC. Puede que incluso acabe ese paradigma de abuso antidemocrático que es la televisión valenciana emitiendo en inglés; no en vano es la lengua elegida por Camps para impartir la asignatura de Educación para la Ciudadanía.