Juan Villalonga tuvo que irse de España hace ocho años porque la millonada en stock options que cobraba de Telefónica amenazaba la buena imagen del entonces presidente Aznar, quien había aupado a su compañero de pupitre escolar a lo alto de la empresa recién privatizada. Bueno, por esto y por dejar plantada a su esposa, amiga de Ana Botella, para irse con la viuda de Azcárraga (Televisa), la bella Adriana Abascal.

Villalonga regresaba a España el martes, en Valencia, y parecía que volvía para gastarse lo mucho que aún le debe quedar de las stock options en acciones del club de Mestalla. Pero no. Al margen del lío interno, el empresario se ha visto atraído por las posibilidades de negocio que ofrece el club. Esas posibilidades se concretan en: un estadio actual recalificado para viviendas de lujo en uno de los mejores emplazamientos de Valencia; un estadio nuevo, en construcción, al que el mago Alejandro Escribano acaba de adosarle un hotel de 20 alturas para pagar parte de la operación; una ciudad deportiva en Paterna, extraordinariamente bien comunicada y anexa a un polígono industrial vip, el Parc Tecnològic, apta para ser vendida como suelo y ser trasladada a Porxinos, un lugar idílico con naranjos, agua abundante y buen ambiente para albergar la futura instalación de entrenamientos y otros usos del club blanquinegro. (Además hay locales, la sede, y otros bienes menores).

El meollo de la cuestión es que todo este patrimonio y el potencial de su multiplicación ha alcanzado el valor que tiene y que ha llamado la atención de Villalonga por el aliento y el visto bueno de instituciones como la Generalitat Valenciana y los ayuntamientos de Valencia y Riba-roja, organismos públicos regidos por el PP que no dudaron en poner su grano de arena en favor del club en atención al sentiment de valencianía que ha de caracterizar a todo valenciano de bien. Y el que no compartía aquellas decisiones fue vituperado, como el socialista Rafael Rubio, incluso por su propio partido. Y hasta Joan Ribó (EU) tuvo que escuchar en las Corts Valencianes del propio presidente Camps que no era suficientemente valenciano porque no estaba de acuerdo con aquellos cambios urbanísticos en beneficio de los de Mestalla, un sentiment, es cierto, pero también una sociedad anónima.

Aquellos que fueron condenados a la hoguera del valencianismo por ponerse frente a la ola gigante se habrán sonreído con pesar al comprobar que cualquier agente de un fondo de inversión internacional, Villalonga u otro, que entre hoy en el capital del Valencia puede convertir el sentiment que justificó todos aquellos acuerdos urbanísticos en millones de dólares, y viajar con ellos para reinvertirlos en Dubai o Bombay. Y mientras, seguirán sin poder ir a ver partidos a Mestalla.