Pelayo entraba en agonía. El imparable paso del tiempo, la indiferencia y la falta de estímulos llevaron a uno de los recintos deportivos más antiguos de Europa a una situación límite. La empresa Tuzón anunciaba el cierre definitivo de su actividad. No era rentable pagar alquileres sin recursos que lo hicieran posible. La deserción de aficionados repercutía en los carteles. Y los carteles en la deserción de aficionados. Todo parecía perdido. Y en esos momentos fue cuando apareció, una vez más, la figura del mecenas de este deporte, José Luis López. Un cuarto de siglo largo contemplaban sus aportaciones. Desde patrocinio de clubes, a competiciones de todo tipo; desde ayuda a instalaciones, a sacar adelante una delicada operación quirúrgica de un pelotari necesitado; desde su aportación al más perdido de los pueblos valencianos, a financiar un proceso de internacionalización iniciado en 1992 y que, sin su presencia, no se hubiera hechos realidad viejos sueños de muchos. En los últimos tiempos, sus avales han salvado las nóminas de los pelotaris profesionales. Por si todo ello no era suficiente para un reconocimiento unánime: presidencia de honor de la CIJB, de la FPV; de muchos clubes, reconocimientos de muchas localidades, había que salvar Pelayo. Y allí estaba José Luis para negociar duramente con la propiedad, llegar a un acuerdo; hablar con los políticos de todo signo y condición y sacar adelante la ilusión de todos los aficionados que en él confiaron. José Luis López cumplió con su palabra.

Una vez comprada la propiedad, pues nunca aceptó la condición de inquilino, se lanzó a modernizar una instalación con siglo y medio de vida. Tarea complicada. Se rodeó de los mejores asesores; de los técnicos y de los diseñadores más reputados y esa instalación que parecía condenada a desaparecer luce hoy como signo que ha sabido fusionar tradición y modernidad. Tras año y pico de reformas, concluía el mes pasado con la apertura del nuevo restaurante que ha impactado por su diseño. Basta acercarse a este rincón de la calle Pelayo para encontrarse con el alma de un pueblo que estima sus tradiciones, su lengua y su identidad y que, asentado en sus raíces, se apresta a ganar el futuro. Un espacio donde las manos, la pelota, el guante, los recuerdos más antiguos, se nos presentan con una vitalidad futurista. José Luis López muestra, con legítimo orgullo, la joya de sus generosas aportaciones a la cultura popular valenciana. Salvó Pelayo, salvó ciento cincuenta años de presencia diaria del ser valenciano en el centro de una ciudad cada vez más despersonalizada.