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Silencio. Eso es lo único que ha encontrado Jaime Ballester Gómez desde que hace más de 70 años, cuando era un niño, vio por última vez a su hermano José. La Guerra Civil separó a esta familia de Eslida. Sus dos hermanos mayores, Vicente y José, soldados de la República, cruzaron los Pirineos huyendo de las tropas de Franco. Forman parte de los casi 9.000 exiliados republicanos españoles, 679 de ellos valencianos, que tras ser apresados en Francia durante la II Guerra Mundial fueron deportados a los campos de concentración de Hitler.

Su destino fue el complejo de exterminio de Mauthausen, donde fueron asesinados dos de cada tres de los 554 valencianos que cruzaron su puerta. Vicente logró sobrevivir a duras penas, pero a José se lo tragó para siempre la «fábrica de la muerte» de la Alta Austria. Jaime, que ahora tiene 78 años y vive en Moixent, intenta reconstruir la historia del hermano que perdió a manos de los nazis con la ayuda del investigador Adrián Blas Mínguez, representante de la Amical de Mauthausen en la Comunitat Valenciana.

El drama de los Ballester Gómez no es único. Blas Mínguez ha documentado 12 hermanos y un padre y su hijo entre los valencianos deportados a Mauthausen. Siete familias valencianas han sido víctimas por partida doble del horror nazi.

No sobrevivieron para contarlo Juan Bondi y su hijo Manuel, de Castelló; los hermanos Federico e Isidro Cervera Moratín, de Loriguilla, y Francisco y José Ten Campos, de Bétera, que fueron asesinados con cuatro días de diferencia.

Entre las tres parejas de hermanos de las que sólo se salvó uno (ver cuadro) sobrecoge el caso de Bernabé Villanueva Galdón, de Quesa, a quien lo mataron el mismo día en que cumplía 31 años. Únicamente José y Juan Monzonis García, de Valencia, pudieron ver juntos la liberación del campo el 5 de mayo de 1945 por las tropas de EE UU.

El castillo de los horrores

Blas Mínguez relata que José Ballester Gómez es uno de los 449 republicanos españoles, 40 de ellos valencianos, asesinados en el Castillo de Hartheim, «el único lugar del Holocausto donde no hubo supervivientes».

Esta fortaleza del siglo XVII fue convertida por la SS en uno de los engranajes de la siniestra «Operación T-4» de «mejora de la raza aria» orquestada por Hitler con el fin de eliminar a niños y adultos discapacitados o con enfermedades mentales. En sólo 16 meses —desde mayo de 1940— fueron exterminadas en su cámara de gas con «Zyklon B» 18.269 personas en operaciones calificadas de «desinfecciones».

En agosto 1941 el programa se amplió a los presos de los campos de concentración. Otras 12.215 personas, entre ellas 8.342 internos de Mauthausen y del campo de Dachau morirían allí gaseadas, asfixiadas durante su traslado en «camiones fantasma» o víctimas de experimentos médicos.

El historiador narra que los presos que llegaban con vida a Hartheim «eran asesinados inmediatamente, la mayoría en la cámara de gas, y en menor número con una inyección de gasolina o bencina en el corazón». Los que no eran ejecutados nada más llegar, como es el caso de los 40 valencianos, sirvieron a los SS para hacer atroces experimentos médicos, «como ensayar operaciones quirúrgicas sin anestesia con las que comprobaban cómo curar mejor a los heridos en el frente o métodos para prevenir la tuberculosis».