Una piedra en el camino europeo, clavada entre las dos curvas del enfrentamiento con el Nápoles en la Europa League, es la visita de esta tarde del Málaga a El Madrigal. El Villarreal aspira a recuperar la tercera plaza (en manos de un Valencia que empató ayer y se aleja, momentáneamente, a tres puntos) al tiempo que pretende no dar pie a los perseguidores en la tabla. Necesita tres puntos el Villarreal para refrendar las buenas sensaciones que deparó el encuentro del jueves, y romper la mala dinámica liguera. Para ello, y en horario clásico (17.00 horas) deberá superar a un rival, el Málaga, que dirige un viejo conocido.

Pellegrini regresa a El Madrigal, aquí donde vivió los mejores días de su carrera deportiva. Fue aquel lustro un tiempo de sonrisas serenas, sol mediterráneo, vistas al mar y sosiego en el campo de golf. En el ecosistema idílico que envuelve al club amarillo, como si de un gran lazo de calma se tratara, Pellegrini fue feliz durante cinco largas temporadas. Sin apenas presión, el entrenador chileno creció hasta instalarse en la aristocracia mundial de su profesión. Pero en junio de 2009, atendió la llamada del Real Madrid de Florentino Pérez. Hizo las maletas, aceptó el desafío y rompió para siempre su universo de paz. Porque si en Vila-real la exigencia es asunto propio, en Madrid pesa más el interés ajeno.

En su única temporada en el Bernabéu, la ilusión se convirtió pronto en hastío. Pellegrini aguantó estoico el azote mediático hasta su mordaz despedida nocturna («Cuando tu ego supera a tu inteligencia, cometes muchos errores»). Antes, en el torneo doméstico, el Madrid llenó el granero de puntos, pero perdió la Liga tras pelearla hasta la última jornada con el Barcelona de Guardiola, quizá el mejor equipo que hayamos visto jamás. Cayó con estrépito en Copa del Rey, la famosa noche del Alcorconazo, y reincidió en el muro de octavos en Champions League. No había chance en Chamartín para premios de consolación, y nadie lo sabía mejor que el propio entrenador. Durante muchos meses, Pellegrini no escapó de la pesadilla. Trabajaba sin nada en el horizonte que perseguir, consciente y sabedor de su fecha de caducidad.

Ahora, en Málaga, Pellegrini anda metido en cuitas poco habituales. El miedo al fracaso sabe distinto cuando la amenaza del descenso planea en el vestuario. De pelear por la gloria, a bracear por evitar la muerte. Al borde del abismo, salvar al Málaga es el primer e indispensable paso para cumplir los objetivos a medio plazo de la inversión exótica. No habrá futuro sin salvar el presente. Hoy, en El Madrigal, sin Baptista, sin Asenjo, sin Duda, con la incertidumbre en la portería (Arnau o Caballero) y con un puñado de bajas, Pellegrini reconocerá y sufrirá el trazo estilista que impregnó al equipo amarillo, la base sobre la que ha construido su juego el Villarreal de Juan Carlos Garrido. El plantel que lidera el técnico valenciano es cuarto, juega a menudo muy bien, pese a los últimos tropiezos, y ha heredado de modo natural ese gran lazo de calma y serenidad. El mismo que tanto echó de menos, en plena tortura sistemática, el ingeniero Pellegrini. Y el mismo que necesita en la situación actual del Málaga, donde se disparan, desde la posición de colista, todas las alarmas.