Diez años ya sin guardias imaginarias. Diez años sin toque de retreta. Diez años sin el sargento chusquero y sin el recluta que llega del pueblo con una gallina debajo del brazo, boina calada y el semblante angelical de Alfredo Landa. Recluta a babor, cateto a babor. Las novatadas, la jura de bandera, la madre con mantilla negra bañada en lágrimas, los días perdidos en la cantina, las cuatro perras mensuales para el Celtas corto, el excedente de cupo, los arrestos de fin de semana, el viejo truco de los pies planos, la pista americana que siempre se le atragantaba al gordito, la novia cartagenera que nunca más se supo. Sí, parece mentira, pero hace ya diez años que la mili, la puta mili, ya es historia. Afortunadamente.

Hoy el Ejército es enteramente profesional y lo forman 17.759 oficiales, 28.680 suboficiales y 82.875 soldados y marineros. Muchos de ellos tienen carrera, patrullan por las calles de Kabul, manejan armas de videojuego. Y lo que es más importante, el 12 por ciento de la plantilla es mujer.

Se acaba de cumplir una década desde que a Aznar se le ocurrió suprimir el servicio militar obligatorio (probablemente la decisión más lúcida de todo su mandato). Corría el 9 de marzo del año 2001 y muchos respiraron tranquilos al no tener que plantearse ir a la guerra.

Sin embargo, mozos que hicieron la mili en Castelló (hoy ya no tan mozos) aún quedan para tomarse unas cañas, enseñarse las heridas de guerra y contarse batallitas. Es el caso de los camaradas del Regimiento Tetuán 14, que intercambian experiencias y recuerdos en facebook y que incluso han quedado para el 4 de junio en una gran fiesta a la que ya se han apuntado más de 400 reclutas. Uno de ellos es José Antonio Arbizu, de 52 años, quinta del 78. «Todo lo que tengo son buenas experiencias. Lo único malo era un capellán que siempre decía que era capitán antes que cura y yo me dije nada más verlo: mal camino llevamos». Arbizu recuerda que lo pasó bien en los 14 meses que se chupó de mili, y añade que si de él dependiera mandaba a sus hijos al cuartel «a que se hicieran hombres».

Algunos ex reclutas relatan sus novatadas. Como aquella vez que hicieron pasar al novato por el «comecocos», una jugarreta divertida para quien la organizaba pero bastante amarga para el que la sufría. «El juego consistía en meter al recluta en la taquilla para que hiciera el reloj de cuco abriendo y cerrando la puerta. Cuando abría, le caía una lluvia de calcetines sudados», explica un internauta nostálgico de la mili.

«Las novatadas existían, claro que existían, pero las perseguíamos para que no se produjeran dentro del cuartel», explica el teniente coronel Juan Delapuerta, gestor del Área de Reclutamiento de la Subdelegación de Defensa de Castelló. «Recuerdo que por la tarde dábamos clases a los que no sabían escribir para que pudieran sacarse el graduado», explica.

«Hoy todo es distinto, muchos vienen con carrera», incide el teniente coronel.

En algunas ocasiones las novatadas se iban de las manos, como aquella ocasión en que rociaron con alcohol a un recién llegado y le prendieron fuego. La cosa llegó a juicio. Desde el año 2005 la Subdelegación de Defensa ha notado una tendencia al alza en el número de solicitudes. Cada vez hay más peticiones de información de jóvenes que se plantean ingresar en el Ejército.