El Barcelona te mata y no te enteras, te abraza y te parte en dos, te roba y te sientes obsequiado. En lenta y bella danza de cortejo, domestica el instinto del rival más fiero. El Villarreal pestañeó y, cuando quiso darse cuenta, perdía. Luego abrió los ojos y, cuando quiso parecerse a sí mismo, casi todo había terminado ya, con el cero a uno inamovible en el marcador, cuarto de nuevo en un campeonato cada vez más próximo a la vitrina del Barcelona, que tiene, de todo, lo mejor. Hasta el portero.

En El Madrigal, frente al Barça, el Villarreal no plantó un espejo, sino un ejército cavando trincheras. Garrido optó por su plan más conservador, juntando a Marchena con Bruno en el centro del campo, priorizando la cuestión física al alargar la apuesta por Ruben y Catalá, confiando en secar el caudal de posesión del Barcelona a base de capas y filtros, por desgaste.

La pelota fue azulgrana, y el espacio a la espalda de los centrales también. Ahí hizo fortuna el Villarreal en Leverkusen y Bilbao, respondiendo con dagas lanzadas a la contra, y ahí anduvo cerca de cobrar recompensas ayer en casa, en unos minutos iniciales que resumieron lo que estaba por llegar. De entrada, tras el pitido inicial, el Barcelona alargó la rueda del control, apoyo y pase durante casi dos minutos. La réplica amarilla fue más breve, directa y contundente. Dos pases iluminó Cazorla a la carrera de Rossi, que rasgó el desmarque perfilado entre Busquets y Piqué, y dos veces frustró Valdés al delantero, ora en el intento de remate, ora en el disparo cruzado. Y de inmediato, para subrayar ideologías, en el primer saque de puerta, Mascherano clavó el ancla en la frontal, los centrales se abrieron y el Barcelona se trabajó paciente la salida de balón, casi temerario, definiendo una de las más decisivas diferencias que marcan la distancia entre uno y otro equipo.

Sin la bola, el Villarreal se esforzó por tapar los caminos interiores, siempre en superioridad defensiva por dentro. A cambio, el Barcelona desplegó las alas. Con Afellay atado al alambre en la izquierda, sin mezclar del todo con Adriano, y Alves subido a la moto en la diestra, los visitantes avanzaron metros sin pasar del merodeo. Huérfanos de colmillo, ausente Messi de inicio, descoordinados en el tempo del pase final a la referencia Villa.

El Barça, pues, domó al Villarreal. El partido se anestesió, desbravado, alérgico a las redes. El envite tuvo un barniz de decepción por parte del equipo local, que se mostró ambicioso en la previa y en la teoría pero luego, en el césped y en la práctica, se enquistó muy lejos de su mejor versión.

Tras el descanso se acentuaron los roles. Cada vez más aculado el Villarreal, cada vez más cerca el Barcelona del marco de Diego López. A la entrada de Messi contestó Garrido dando cuerda a Nilmar, pero el problema nacía en las calderas, incapaces Marchena y Bruno en la salida, demasiado lejos Borja, todo la velada contracorriente. En ésas, el gol llegó por inercia. La conquista fue medida, y paulatina. Del baile pasó a la rúbrica, y la paliza fue clara con independencia del marcador. Además de todo el manual lírico, el Barça maneja la prosa de la estrategia. Busquets prolongó un córner que embolsó, quizá con la ayuda del brazo, Piqué. De cara a Diego, la maniobra fue perfecta, digna del más letal de los centrodelanteros. De volea, con la diestra, Piqué firmó el cero a uno.

En desventaja, Garrido renunció al fin a uno de los machacas. Cani sentó a Marchena, pero el daño estaba consumado. Si el partido se presentó en la recta final con incertidumbre, fue por lo ajustado del marcador, por esa tendencia culé a lo barroco, en el área. De tan superior, el Barça dejó abierta la misma rendija que a punto estuvo de costarle la vida en Champions, con demasiado juego para tan pocas ocasiones, demasiado dominio para tan poco gol. Apenas exigió a Diego López, que voló para tapar una falta enroscada por Messi.

Así, el Villarreal se convenció para sacar el orgullo. Por fin se tuvo fe, aunque fuera por acumulación de atacantes, a las bravas. Feliz por verse todavía viva, la escuadra amarilla rozó un empate de última hora. A cinco del final, Cazorla empaló el rechace a un balón colgado, a quemarropa, y Valdés se reivindicó con un desvío providencial, que vale unas cuantas cosas. A saber, como poco: un título y una certeza. El título, la tercera Liga del Barcelona de Guardiola. La certeza, que Valdés pronto será lo que ahora ya es el equipo que escolta. Leyenda.