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El relato de Rusia …y otros relatos

La novela rusa es como la disciplina alemana o el diseño italiano, un tópico poco revisado.

El relato de Rusia …y otros relatos

En Historia de una anguila de Antón Chéjov ocurre algo que puede ser un buen símbolo de esa marca que ha subido sin apenas filtro crítico al mundo de la literatura y hasta el de la filosofía: el «alma rusa».

Dos carpinteros –uno de ellos jorobado– se encuentran una anguila en el río de «por lo menos diez libras» y tratan de atraparla con el concurso de otros personajes -un pastor tuerto, el dueño de la casa y otras voces y murmullos al fondo que dan a entender que hay más concurrencia, Chéjov también era dramaturgo. Al final unos y otros se molestan, nadie atrapa el animal tentador «gordo como un cerdo» y el pez escurridizo, se escurre. Mientras tanto, la caseta de baño que habían de construir los carpinteros sigue inédita.

La novela rusa es como la disciplina alemana o el diseño italiano, un tópico poco revisado. Las vanguardias revisaron los novelones rusos a la baja: André Breton tenía menos juicio que, por ejemplo, George Orwell. Pero los rusos contraatacaron –esta vez sin proponérselo– con la gran poesía y el testimonio de la memoria, máquinas ambas que, bien construidas, hieren como puñales. Que la danza y la literatura te represente más que cualquier otra cosa, más que un mariscal invencible, te convierte en territorio de fábula y en el van incluidos los once husos horarios de Rusia.

Manitas en el cine

Ya puestos sería cosa de censar todas las veces que los no rusos hemos tratado de hacer una novela rusa. No eres nadie si no lo has intentado, al menos. Los ejemplos podrían ser El mundo es ansí de Pío Baroja que, como viene a decir Vázquez Montalbán en El escriba sentado, es una novelita rusa que, contra todo pronóstico, funciona. Baroja quizás trató con alguna aristócrata exiliada en Hendaya, se defendía bastante bien en francés. Luego yo hice mi propia contribución (El punyal d’Abraham, que a falta de otros méritos, es hijo muy querido de mis sueños) y el justamente admirado, Emmanuel Carrere, que hizo dos novelas rusas, dos, una de ellas mediante la asistencia espiritual de Eduard Limónov. Hay que volver a ese libro.

A lo mejor hay naciones enteras que saben armar una novela de mil páginas, pero no son capaces de organizar un ministerio o una división blindada, excepto ante un dilema existencial si los posibilistas superan en número y ánimos a los suicidas, cosa que no siempre ocurre.

Las repúblicas criadas a los pechos de nuestra madre patria tampoco han sido muy solventes (comenzando por la mamá), pero en escribir y perorar se dan maña. Hay un flujo de fondo que atrae a españoles y rusos aunque tengan que esperar a que se apaguen las luces del cine para hacer manitas.

Cintura de torero

Ya llevo casi dos folios y no he tocado ni levemente el tema de la política. De momento baste con recordar el asco que me suscitan las unanimidades. Ese toro me ha estado buscando la femoral, pero mi cintura funciona desde que perdí diez quilos del mejor tocino.

Despedida y cierre

Pido perdón por el acopio un tanto caótico del material de esta crónica o desvarío, Es una work in progress o sea un artefacto, tal vez conceptual, que ha echado a correr solo, ahora que Rusia, como otras veces, produce más historia de la que es capaz de engullir y eso que tiene buenas fauces.

Los rusos, en eso también se nos parecen: tienen un sentido autocrítico dado a la flagelación. El deporte de hablar mal de nosotros mismos es anterior, incluso, a la pelota vasca, señor Arzalluz. En Cinco inviernos la poderosa evocación de Olga Merino, que les recomiendo sin reservas porque es un texto hermoso, valiente y sentimental, ya está bien de pichasfrías, reproduce un chiste, varios en realidad, ruso: «¿Qué és un ruso solo?». «Un bobo» «¿Y dos rusos?». «Una pelea». «¿Y tres rusos?». «La cola del vodka».

Solo estuve una vez en Rusia con variados e imprevistos compañeros de viaje. A la salida de un palacio real de San Petersburgo un oso cautivo trató de atrapar el bolso de una chica catalana. Y el uno tirando de aquí y la otra tirando de allá, fue la catalana, pese a la fama de ferocidad de los osos rusos, la que recuperó el bolso.

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