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Una maquinaria muy bien conservada

El encargado de las tierras de cultivo de la familia Gómez-Trénor ha realizado siempre trabajos de mantenimiento

El interior del edificio se conserva en excelentes condiciones gracias en buena parte a la labor de mantenimiento realizada durante años por Francisco Muñoz. Fue encargado de las tierras de cultivo de la familia Gómez-Trénor, trabajó en el molino y vive en la propia parcela como casero desde hace sesenta años. «El próximo octubre cumpliré 91 años y estoy aquí desde que tenía 30», dice. Francisco no puede evitar la emoción al recordar a su mujer, Carmen Ortells, que falleció hace tres años, y junto a la que pasó toda una vida al cuidado del molino del que dice que «lo siento como si fuera mío porque es mi hogar». «Al poco de casarnos se jubiló el procurador anterior, Eleuterio Fontana, y entonces fue cuando nos instalamos nosotros», explica.En la planta baja se ubican las impresionantes turbinas que generaban la energía hidráulica necesaria para mover el molino. Hasta cuatro acequias confluyen bajo el complejo industrial. También se encuentran las tolvas donde se vertía el arroz de entrada que era impulsado hasta la «limpia», situada en la última planta. «Esta máquina separaba el grano de restos de arena u otros elementos», explica el casero. «En ese tiempo era frecuente que apareciera algún trozo de herradura de los caballos que ayudaban en las tareas del campo», dice. Y recuerda que en una ocasión incluso llegaron a encontrar un reloj de bolsillo.

El tratamiento del arroz continuaba con su paso por la «escallaora», que pelaba el grano para librarlo de la cascarilla. Este proceso se repetía hasta que todo el arroz perdía el tono rojizo. El siguiente paso era el proceso de blanqueamiento. Para esta función, había tres máquinas en la primera planta. Desde allí se conducía hasta un mecanismo que se conserva en el tercer piso que hacía las funciones de tamiz y diferenciaba los granos según su calibre. El proceso finalizaba con el envasado del grano en la primera planta. Los sacos de arroz, una vez habían pasado por la báscula y se había registrado su peso, quedaban almacenados y preparados para servirse.

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