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Siniestro Claur

Durante el periodo gótico, así como en el Renacimiento, era costumbre que en las obras de arte religioso se retratara a pequeño tamaño a las personas -nobles, eclesiásticos o ricos mercaderes- que habían sufragado la pieza. En los retablos góticos, formados por pinturas cuyo concepto era plano, podía aparecer la Virgen María, por ejemplo, a gran tamaño; después un grupo de ángeles o tal vez de apóstoles que la rodeaba y que eran de un tamaño medio y en la parte baja de la composición se situaban, pequeñitos y por derecho propio, los donantes, los oferentes. En la pintura religiosa renacentista en cambio, por mor de la perspectiva recién descubierta (o mejor, recién inventada) el tamaño de las figuras no solo iba en función de la jerarquía sino del lugar ocupado en el fingido espacio, de modo que los oferentes o mecenas estaban más pequeños además porque estaban lejos.

De todos modos, lejos o en primer plano, esos chiquitines estaban ahí porque habían soltado la mosca. Al contrario que algunos ediles de la anterior corporación alzireña que salían en un panel cerámico de dudoso gusto (y que tampoco creo que vaya a ser ninguna obra de arte) pagado del presupuesto del municipio. Es decir, que estos politicoides quisieron ser inmortalizados para la eternidad (supongo) pero por la cara.

Los políticos, y más los políticos locales, tienen esas cosas, y me da igual que sean del pepé o del popó, con perdón. Los hay entre ellos que suelen creer que su aportación es extraordinaria y solo comparable a la de científicos, artistas o filósofos, porque la ignorancia es atrevida, ignorante y estulta y si encima eres la extraordinaria mente que después de profundos estudios fue capaz de alumbrar las revolucionarias y aún no suficientemente comprendidas «Jornadas de Exaltación del Tambor y del Bombo», un paso de gigante en el concepto de las performances, bueno, entonces es ya que te cagas.

Luego, el artista, oye, que Claur a mí siempre me decía que el artista era yo (ye, gracias), que él lo que era es un honrado artesano; pero yo al honrado artesano siempre lo he visto ir de artista internacional con su colega el del sombrero. Pues vale, el artista digo, que declara que el inmortalizar a los concejales fue motu proprio, con lo cual pueden ser dos cosas: una, que Conchita dictamine que ha dicho verdad y entonces Claur resultase un ser bastante siniestro (Vine de la calle y dejé el Levante-EMV sobre la mesa de la cocina, pasa Carmen, se queda mirando la portada un momento y sigue su camino murmurando: «siniestro Claur».

Vaya título para una columna, me dije, y para que no pasara a ser un título huérfano aquí estoy dándole). Así que o es un siniestro o si se lo encargó el del bombo entonces puede que sea un mentiroso (o incluso pudiera que ambas cosas).

También el otro botarate de Ripollón decía que hizo motu proprio el retrato del capo en el aeropuerto maldito en un alarde de su genio universal. Después se desdijo y es que no, mire usté, que se le parece pero de casualidá.

Bastantes veces es realmente una lástima que la cerámica resista tanto el paso del tiempo.

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