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Pauleta, la enfermera clandestina

Carmen Boix trabajó décadas en un dispensario local y realizó labores médicas «ilegales» y solidarias en Sueca

Pauleta, la enfermera clandestina

Si hoy se pronuncia el nombre de Carmen Boix Blasco en Sueca pocos reaccionan más allá de fruncir el ceño con cara de desconocimiento. En cambio si se habla de Pauleta es otra cosa. Pocos quedan entonces ajenos a la vida e historia de una enfermera que fue represaliada durante décadas por el régimen franquista y que pese a ello desarrolló un paper esencial en la realidad de la capital de la Ribera Baixa de los años posteriores a la guerra y hasta el periodo democrático. Y es que la vida de Carmen Boix (popularmente llamada Pauleta por ser el nombre de su madre) fue de película. Nacida en 1915, murió hace un año cuando le faltaban poco más de cinco meses para cumplir el centenario. Muchos y muchas recordaron que había sido Pauleta la que, de forma clandestina, les ayudó en las necesidades médicas. ¿Cómo se llegó a tal situación?

Boix adquirió la titulación de enfermera en la Facultad de Medicina durante el periodo republicano y después formó parte de las Juventudes Socialistas. Comulgó con las ideologías progresistas, lo que le llevó a estar en el punto de mira de los golpistas antidemócratas que se hicieron con el poder tras la guerra. Pauleta trabajaba como enfermera en el Hospital de Sangre de la localidad ribereña y uno de los jefes del bando golpista murió en una noche en la que ella no estaba de servicio. Aún así la encerraron hasta que salió el juicio y quedó absuelto. Tuvo la ocasión de que la vida le sonriese, pues allí, en los patios durante los descansos de «libertad», conoció a Francisco Corredor Serrano, un maqui muy popular en el mundo de la guerrilla como Pepito el Gafas. Se enamoraron y pudieron mantener una relación una vez fueron liberados. Para estar con ella, Corredor (uno de los guerrilleros más respetados en el bando republicano) se desplazó incluso a la zona valenciana y frecuentó Sueca, algunos dicen que incluso disfrazado para superar la vigilancia. La conminó a salir al exilio cuando observó que la guerra estaba perdida pero la suecana no quería abandonar su localidad y no aceptó.

En una de las batidas de las que tuvo que huir, al Gafas le cayó la cartera y allí los franquistas encontraron la foto de Pauleta, a la que rápidamente apresaron para obligarla a declarar el paradero de su pareja, a pesar de que ella lo desconocía. Detuvieron incluso a su hermano, al que torturaron salvajemente. Le dieron aceite de ricino, «por lo que ya no estuvo bien nunca», declara la hija de Carmen, Paula Planells.

Pauleta pudo casarse después con el que fue el resto de vida su marido. Nunca más supo nada del Gafas. La acusaron de auxilio a la rebelión y acabó cumpliendo condena, por lo que su hija, nacida fuera de la cárcel, también tuvo que ingresar y pasar allí sus primeros años de vida. Una vez recuperó la libertad, el régimen no la dejó ejercer de enfermera porque lo había cursado en la facultad durante la época republicana y por su pasado político.

Ejerció, sin embargo, como enfermera clandestina junto al capellán Francisco Ferri, que montó una escuela y un dispensario, en el que trabajó la suecana gracias a poder contar con el beneplácito de cierto sector de la iglesia, uno de los pilares del régimen. Allí ejerció durante años como profesional de forma gratuita (y clandestina) y pudo ganarse la vida. No le convalidaron el título a pesar de que, con Ferri, viajó en varias ocasiones hasta Madrid. Según las instancias franquistas, no aparecían registros.

«No tenía miedo a nadie ni a nada. Ella fue la que nos sacó adelante porque mi padre, José María Planells, estuvo enfermo y no pudo trabajar durante mucho tiempo», afirma su hija, Paula Planells. Con la Falange, las nuevas enfermeras recibieron el título con un curso de tres meses pero las diferencias eran abismales. En Sueca lo sabían y siempre preferían los tratamientos de Pauleta.

Tuvo dos hijos y siempre se mantuvo fiel a Sueca. Un ejemplo.

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