José Palacios Boquera, uno de los prohombres de la sociedad alcireña, será enterrado este lunes, 13 de junio, a los 82 años. Murió el sábado tras debatirse una semana contra las secuelas de un ictus. Ha sido la única batalla que no ha ganado en su vida y se lo ha llevado por delante. Deja una trayectoria repleta de demostraciones de alzireñismo. Su hoja de servicios es inacabable y está repleta de éxitos muy reconocibles pero también de secretos que se llevará a la tumba. Valía tanto por lo que decía como por lo que callaba. Siempre estuvo en primera linea y conoció al detalle la tramoya que se escondía tras cada episodio de la crónica local.

El hombre que transformó Alzira durante la segunda mitad del siglo XX, Luis Suñer, le otorgó toda su confianza. Fue durante décadas su mano derecha. Contribuyó a engrandecer y consolidar el imperio industrial que lideró Avidesa y sofocó todos los incendios que encontró a su paso, que no fueron pocos. Estaba a las duras y a las maduras y, cuanto tocó dar la cara para saciar la curiosidad periodística durante el largo secuestro del mítico empresario alzireño por parte de ETA, recurrió a su proverbial habilidad con la muleta para salir airoso de todos los trances. Hombre de férreas convicciones religiosas, fue un gran aliado de los sucesivos arzobispos de la diócesis.

Quedó tan incardinado en el entramado social de la capital de la Ribera Alta que pocas entidades le mantenían al margen. Gestionó con pericia el mecenazgo de Luis Suñer y se entregó con entusiasmo a todo cuanto se le encomendaba. Presidió colectivos tan representativos de la ciudad como la Real Cofradía de la Virgen del Lluch, la Unión Deportiva Alzira, el Círculo Alcireño, la Sociedad Musical de Alzira y la Archicofradía de los Santos Patronos, Bernardo. María y Gracia. En todos esos destinos dejó una impronta irrepetible. Pero, por encima de todo, se convirtió en un activista de su terruño, al que amaba con desmedida pasión y una dedicación ilimitada. También fue articulista de Levante-EMV, donde dejó innumerables pruebas de su talante liberal, conciliador y aperturista. Jamás se quedó impasible ante todo aquello que consideraba una injusticia.

Quienes le apreciábamos teníamos fundadas esperanzas de que también superaría el derrame cerebral, pero me temo que ha sido llamado a asumir nuevos retos. Seguramente sus legendarias dotes diplomáticas no sólo son apreciadas en su ciudad natal y habrá sido reclutado para pacificar algún lugar remoto. Lo conseguirá. Seguro. Entre nosotros ha dado abundantes muestras de su capacidad para resolver cualquier desafío. Será difícil que le olvidemos.