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Racó de les Vinyes de Alzira

Los seguidores del vidente mantienen su cita en Alzira para 'ver' a la Virgen

Una veintena de adeptos acude a rezar como cada 15 de agosto en ausencia de Ángel Muñoz

Cada vez son menos, pero todavía hay fieles que se acercan al Racó de les Vinyes de Alzira, cada 15 de agosto, para rezar en el lugar donde el conocido como «padre Ángel» protagonizó las escenas en las que decía ver a la Virgen de los Remedios, aunque él ya no se acerque. Allí Ángel Muñoz entraba en trance y la virgen tomaba su voz para transmitir el mensaje a los seguidores allí presentes. Ayer, algo más de veinte personas volvieron al enclave alcireño y, rodeados del paraje natural, siguieron una tradición que data de los años ochenta.

A pesar de que el lugar de reunión y su particular rezo son de sobra conocidos, el hermetismo es patente por lo que se encuentran siempre vigilantes y recelosos ante la llegada de personas nuevas. Varios coches hacen cola, aparcados, en los caminos cercanos y los asistentes desatienden la señal de prohibición que se encuentra unas decenas de metros antes del improvisado altar de rezo. Los congregados son, en su mayoría, conocidos; el reducto de los primeros fieles del supuesto vidente. «Hoy tenemos suerte, el clima acompaña y no hace el calor de otros años», comentan los feligreses entre ellos. Aunque el calor no es sofocante, abundan las botellas de agua ya que el verano y el complicado acceso incitan a beber. Tampoco faltan los sombreros y las gorras para protegerse del sol, así como paraguas a modo de improvisadas sombrillas.

Cuando calculan que han acudido la mayoría de los fieles, una mujer anuncia que se va a iniciar el rezo. Todos los presentes se quedan en silencio, sacan sus rosarios y toman sitio. Algunos se sientan en bloques de hormigón; otros, más precavidos, portan sillas plegables. Las mujeres más devotas echan al suelo un pequeño cojín y se arrodillan para iniciar sus particulares oraciones.

La misma mujer ocupa el centro del corrillo y, a falta del «padre Ángel», guía la particular ceremonia religiosa. Arrodillada, dirige las plegarias de los feligreses. Su voz, firme y segura, empieza a enumerar los cinco misterios gozosos que tratan el anuncio y la infancia de Jesús. Tras sus palabras, el murmullo de la veintena de asistentes dan la réplica correspondiente. Cuando concuye, la oradora se levanta y besa el pino sobre el que el Muñoz profetizó que brotaría agua, un milagro que nunca ocurrió.

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