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CLÁSICOS POPULARES

Aunque ya estaba un poco hartito decidí no entrar en el tema que me trae aquí y dejar que el agua (del cántaro) corriera. Parecía ya superada la polémica sobre el muralito y me parecía lo mejor, cuando el domingo un nuevo artículo, esta vez de Francesc Piera, nos lleva de nuevo a la casilla de salida. No es por el texto en sí, sino por la imagen que aparece por enésima vez reproducida en el periódico, que esto ya es un sinvivir, si a lo cual añadimos la multitud de textos aparecidos sin imagen, nos da la extensión de un tratado de estética de volumen regular.

España y yo, señora, somos así. Y es que en España se eleva a menudo a categoría una majadería como el Ecce-Homo de la buena de Cecilia, que sigue coleando, aunque sea desde la burla y el chiste (lo que es en esencia la propia «obra») en detrimento, en centímetros cuadrados de prensa, de segundos de televisión, de posibles obras de arte que jamás conocerá el gran público (¿y para qué, no?). No se trata aquí tampoco de comparar el mamarracho de Borja con la mujer del cántaro. La distancia es grande. Pero el fenómeno es muy parecido. En este caso, el aprecio-desprecio de una obra por motivos espúreos.

Aún así, lo que más me ha llamado la atención en todos los escritos publicados sobre este affaire alzireño, es que siempre se haya soslayado o ignorado que el mural en liza es copia de un cuadro de Ingres.

Jean-Auguste-Dominique Ingres (fechas en Internet) es con Jacques-Louis David el máximo representante del Neoclasicismo, que sucedería al tardobarroco y precedería al Romanticismo. Surgido en el caldo de cultivo de la Revolución Francesa, el enciclopedismo y el establecimiento de las academias (no precisamente por este orden), el Neoclasicismo, con muchos ideales compartidos con el Renacimiento, pero sin el poso cultural, filosófico y espiritual de éste, es la corriente más seca e inhóspita de la Historia del Arte, aunque Ingres, destacado retratista y muy admirado por pintores como Picasso o Dalí, sería probablemente, si no hubieran existido Miguel Ángel y Durero, el mejor dibujante de la historia.

El problema de copiar un cuadro, un dibujo o lo que sea es que más pronto o más tarde se establecerán comparaciones. Vista por encima parece que la mujer del cántaro que protagoniza el mural tiene el abdomen anormalmente hinchado (y también el color), como si hubiera sido rescatada de un río, para el resto de figura que lo acompaña. Se podía haber tenido la precaución, o la picardía, de haber calcado un estarcido y luego ya se pinta como buenamente se puede.

De todos modos, el macguffin, el pretexto de esta película, es el tanga que calza la señorita del cántaro con el escudo de los valencianos. El llamado rombo, que no es tal sino un cuadrado de medio lado, se instala en un sitio a parecer de algunos inadecuado y a mi el caso no me parece tan mal: se les llama partes nobles, y ya saben a cuales, aunque siempre he visto esta expresión referida al sexo masculino, cuando me parece que cualquier parte del cuerpo humano que cumpla su función es una parte noble. Si no la cumple, pues no.

Lo cuestionable del asunto lo veo en otro lado. En realidad en el mismo pero referido a otra cosa, y es la que me parece inoportunidad de que a una figura que se pretende clásica, mitológica tal vez, ponerle un tanga. Me recuerda cuando fue a no sé qué lado un preboste iraní y escondieron las estatuas. Ay, mire usté, a ver si el maharishi se va a soliviantar, que nos compra las cantimploras para su ejército. Fuera ropa hombre, que estamos en la clasicidad (o se supone). U oye, si es que esto, por algún motivo que se ignora, no puede ser, que algo hay que tapar, yo mismo, aunque no muy amigo del yihab, ni del burka, ni de todas esas modas extranjeras que nos trae el inevitable progreso, pues recomendaría a la muchacha del cántaro que vistiera un burkini. Disimularía el prominente vientre y de paso si el agua del cántaro la salpica tampoco pasa nada porque es lo suyo, que es de la casa Meyba (o Meibak, creo).

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