Las fiestas de Algemesí dejan muchas imágenes curiosas cada año: bebés de pocos meses que coronan los castillos humanos más pequeños, señoras mayores con los paraguas infantiles de sus nietos a modo de sombrilla y este año la sensación han sido unos japoneses que tocaban los instrumentos propios de la festividad, la dolçaina y el tabalet. Ser patrimonio de la humanidad tiene como consecuencia una mayor proyección, que desaparezcan las barreras y que en los países más exóticos se reconozcan las tradiciones locales. r. s. algemesí