Para sorpresa de los arqueólogos, en su regreso al castillo de Turís se encontraron con un hecho un tanto desafortunado. Debido a las fuertes lluvias acontecidas durante semanas en la comarca, una parte del muro se había derrumbado. Concretamente un fragmento de unos dos metros de alto y unos cuarenta centímetros de ancho se hallaba hecho añicos en el suelo. Pese a todo, los propios expertos restan importancia a este suceso.
«Es comprensible que esto pase», explica el arqueólogo José Tierno, que añade: «Hay que comprender que hablamos de una construcción con ocho siglos de historia, una buena parte de ellos abandonada, ha aguantado el paso del tiempo pero es lógico que se produzcan desperfectos después de un temporal como el que hemos vivido, el agua se filtra en la estructura y no podemos olvidar que estos edificios están hechos básicamente de tierra y piedra, por así decirlo». Asimismo, resta importancia al asunto: «Esto no afecta a nuestro trabajo y lo cierto es que el trozo de pared que ha caído no es demasiado grande, son apenas un par de metros de alto y unos treinta o cuarenta centímetros tanto de ancho como de profundo, vendría a ser del tamaño de un pilar, más o menos», señala.
Este hecho podría provocar futuros desprendimientos ya que deja las entrañas del muro a merced de las inclemencias del tiempo y una nueva tromba se traduciría en filtraciones en la estructura. Para evitar que eso suceda, los arqueólogos que trabajan en el Castellet han realizado un tratamiento especial a la zona afectada y que, de ese modo, quede protegida.
No obstante, este tipo de sucesos tienen también un lado positivo. Al destapar la parte interna de la pared, quedan visibles distintas marcas que ayudan a entender el proceso de encofrado de estas construcciones: «Ahora mismo en esta zona del muro se observan las improntas de las maderas que servirían como agujas o espadas y de las cuerdas de esparto que ejercían el papel de tensores», comenta Tierno al respecto.
