Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El cullerense que se salvó de los campos de exterminio nazi

El convoy en el que figuraba Enrique García fue alimentado copiosamente y viajó con estufas

Creación de Mauthausen en la que participaron varios ribereños. amical de mauthausen

Salir con vida de los campos de exterminio nazis era un hecho realmente complicado. Hacerlo cuando las fuerzas empezaban a flaquear, mientras acechaban las enfermedades por la desnutrición y después de jornadas eternas de trabajo salvaje era casi imposible. Lo consiguió Enrique García, nacido en Cullera el 11 de mayo de 1911. La del ribereño es una de las historias más originales de todos los miles de españoles que pasaron por los campos de exterminio del III Reich.

Tras huir de la Ribera por la victoria de los golpistas en la guerra, García pasó por el Stalag VII-A de Moosburg y entró al campo de Mauthausen el 31 de agosto de 1941 con la consideración por parte de las SS hitlerianas de «Rotspanier» y con el número 4.365. El cullerense llegó con vida hasta la liberación de los campos el 5 de mayo de 1945. Lo hizo después de protagonizar involuntariamente una de las más memorables e infrecuentes historias dentro de los campos.

Como algunos ribereños pudieron desgraciadamente experimentar, los traslados a Dachau normalmente significaban la muerte inmediata. Después de seleccionarse a los más débiles físicamente y a los enfermos, se les introducía en convoyes que acababan a menudo en el Castillo de Hartheim, donde la muerte se producía en la cámara de gas o después de experimentaciones científicas de gran crueldad. Sólo se conoce un convoy que no finalizó ese trayecto de forma tan salvaje y estuvo integrado, entre otros, por Enrique García. El ribereño estuvo acompañado por 108 españoles más, entre los cuales se encontraban los valencianos Manuel García Sánchez, natural de Enguera, Miguel Liern Barberà, de Paterna, José Martí Belda, de Ontinyent, Jaime Martínez Gómez, de Elche, Ricardo Molina Balaguer, de Sot de Ferrer, Mariano Ortiz Candela, de Crevillent, Ángel Pérez Pastor, de Alicante y José Pérez Vicedo, de Agost. Según relata el investigador Adrián Blas Mínguez, a principios del mes de noviembre de 1942 se encargó a los secretarios de las barracas del campo de Gusen que seleccionaran a los prisioneros que se encontraban en las condiciones físicas más precarias, cerca incluso de la muerte. Un sábado a mediodía, después de volver del trabajo, se acumularon en las barracas 1 y 2, donde les esperaba un autobús. A las cuatro de la tarde los sacaron de las barracas y, misteriosamente, les dieron de comer una ración de patatas superior a la que estaban acostumbrados, para después pasarlos a la barraca de desinfección, donde les suministraron ropa civil. Pasaron la noche en las duchas del campo de Mauthausen, uniéndose a otros prisioneros en circunstancias similares.

A las cinco de la mañana les volvieron a dar de comer, esta vez salchichón, media pastilla de margarina y un pan para cada uno. Hacía meses que no comían tanto y lo devoraron.

Una vida de película

A las seis de la mañana fueron desplazados a la estación de tren del pueblo, donde fueron cargados en vagones que incluso contaban con estufas. A las ocho se puso el convoy en marcha y poco después les dieron más comida, con una lata de carne de un kilo para cada tres personas. Al llegar a Dachau no hubo agresiones físicas ni verbales y después de formar en el patio central, los introdujeron en los barracones 24 y 25, ocupados por algunos brigadistas internacionales de la guerra española. A mediodía recibieron una nueva ración de comer y después fueron excluidos del normalmente sagrado recuento y se les permitió quedarse en los barracones, contabilizándolos allí mismo. Enrique García sobrevivió y pudo salir con vida de los campos de exterminio. Su historia pudo ser relatada por sus compañeros y ha permanecido a la historia.

Es el relato de una anomalía. Una suerte sin parangón. En una media que se traslada en similares porcentajes también al resto de valencianos y españoles, un 60 % de los ribereños que pisaron los campos de exterminio nazis (sobre todo Mauthausen) fueron asesinados. Fueron treinta y nueve vecinos de pueblos como Turís, Almussafes, Sueca, Sollana, Cullera, Alzira, Pobla Llarga, Carcaixent, Albalat de la Ribera, Algemesí, Guadassuar, l´Alcúdia, Alberic, Villanueva de Castellón, Sumacàrcer, Massalavés, Tous, Carlet o Corbera, que llegaron a campos como Mauthausen, Buchenwald, Ravensbrück, Dachau o Hradischko. De ellos fueron asesinados veintidós, sobre todo en los tres primeros años de actividad plena de los campos, de 1940 a 1942.

De Enrique García no se ha podido recuperar una foto para la historia y su experiencia es recogida en el libro «La ignomínia de l'oblit. Els valencians de la Ribera als camps d'extermini nazis».

Compartir el artículo

stats