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España no es una bandera

Hay personas dispuestas a matar por una bandera, mientras otras tantas la ven como una tela insulsa incapaz de representar la diversidad de la sociedad actual. Se ha podido observar estos días pasados en Almussafes, donde un vecino ávido de protagonismo e ideales pretéritos ha querido demostrar sus creencias a través de enseñas cuya defensa costó muchas vidas, no sólo tras un golpe de Estado ilegal contra el régimen democrático, sino sobre todo a través de una represión salvaje que aniquiló la vida de cientos de miles de vecinos. De Alzira, de Carcaixent, de Algemesí, de Cullera... de prácticamente todos los pueblos de la Ribera y del territorio estatal. El ayuntamiento que comanda Toni González (que de sensibilidad democrática tiene un máster) ha decidido trasladar el caso a la Fiscalía para que sea el Ministerio Público quien decida si en la exposición de banderas de partidos afines a la dictadura franquista hay un delito de odio. Lo normal es que así sea pero en este país se puede enterrar a un ex ministro franquista bajo cánticos fascistas pero no se pueden publicar bromas sobre la altura a la que llegó el coche de Carrero Blanco. De ahí que muchos opinen a día de hoy que el franquismo se está haciendo muy largo.

Esas banderas de Almussafes son un insulto a la democracia. Era el único objetivo del vecino que las exhibió. La justicia debería asegurar la libertad de expresión pero perseguir las soflamas antidemocráticas, aquellas cimentadas en el asesinato de miles de personas bajo el símbolo de una bandera. Algunos lo tienen muy claro sobre el terrorismo de ETA pero no sobre el franquista, a pesar de que el segundo (si se evalúa a nivel cuantitativo) causó miles de muertes más. Sin embargo, algunos (cosa de la testosterona masculina) defendieron al vecino de Almussafes en los días siguientes afirmando que era un «español de verdad». Una auténtica aberración.

Ver el país a través de una bandera es de un reduccionismo que insulta. La sociedad está compuesta por miles de personas de progenitores diversos que es incapaz de representarse a través de un símbolo de colores. Porque se puede llevar una pulsera de España en la muñeca toda la vida y después pagar sin factura todas las compras para ahorrarse el IVA. Se puede besar el emblema y disfrutar con las victorias de la selección de fútbol pero después destrozar el mobiliario de todos en actos de insensatez adolescente. Muchos creen que lo que es de todos, no es de nadie. No es más español quien más banderas defiende. Como tampoco más catalán, más brasileño o más kurdo. Sampedro decía que su patria eran los libros, siempre lo recuerdo. No sé qué opinarán en Almussafes pero España no es una bandera. Un país es compromiso (también político pero sobre todo ciudadano), es defensa de las luchas populares en beneficio del pueblo (los países son la gente), es protección del medio ambiente, de la sanidad y la educación pública, de los espacios colectivos y los idiomas que hablan en los municipios.

Y claro, con la reflexión sobre la inutilidad de las banderas nace el debate sobre las naciones y los países. Benedict Anderson dirá que las naciones son «comunidades imaginadas», construcciones identificativas que buscan perpetuar poder o crear correlaciones diferentes para llegar a él. Y ahí es cuando el vecino de Almussafes se queda prácticamente solo. El hecho es que no volverán banderas victoriosas, entre otras cosas porque las nuevas generaciones han crecido y aman la diversidad y reniegan del franquismo, pintado de blanco y negro y que sólo servía para acaudalar dinero en la cuenta bancaria de cuatro personajes siniestros en los que ningún demócrata se siente identificado. No volverán banderas victoriosas.

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