Un padre -es un decir- degüella a su hija de dos años en Alzira. Asegura «vengarse» de la pareja, quien, según parece, iba a divorciarse inminentemente. Un cruel filicidio que pone de nuevo a prueba nuestra indignación, como es lógico, ante otra víctima inocente (¿alguna no lo era?) de las violencias de género. También de una sociedad tan patriarcal como hipócrita.

En este suceso -y no es puntual-, el terrorismo machista alcanza a una indefensa criatura (indefensión, rasgo esencial en todo maltrato). Luego llega lo de «siempre»: manifiestos, pactos, estadísticas, testimonios, minutos de silencio y tal. Pero, ¿y si reflexionamos además sobre qué nos está pasando? Téngase siempre en cuenta este implícito fundamental: «ser hombre es ser no-mujer». La violencia de los dualismos está presente en todos lados, más virulenta cuando la lógica patriarcal cosifica, desprecia, ningunea y resta valor al considerado por algunos «segundo sexo».

Los varones perdemos -y mucho- con este modelo normativo de masculinidad impuesta social, educativa y culturalmente. Estaría bien sumarnos a las luchas de la agenda feminista, poniendo énfasis en la diversidad y la capacidad de ampliar horizontes de igualdad: pedir a la industria de la moda que cuide la imagen de la mujer, abogar por una socialización libre de género, madurar la educación afectivo-sexual y superar mitos románticos, replantearse qué es ser mujer y qué hombre, dar visibilidad y protagonismo a las sabias silenciadas en la tradición cultural, asumir como varones nuestro papel privilegiado en el patriarcado -que facilita mucho las cosas a todo hombre- y, por resumir, renunciar a las ventajas y privilegios que nos otorga la masculinidad. Nadie gana, desde luego, en esta anómala «habitualidad» patológica en donde se informa de las víctimas de las violencias de género con una pasmosa cotidianidad. Y donde, por cierto, se considera «padre» alegremente a cualquiera.

Para el común de los mortales «ser padre es ser no-madre». Otro maldito dualismo. Hay quien duda si un maltratador puede ser «buen padre». ¿En serio? Un maltratador, un machista, un asesino, usa a los hijos para ejercer violencia contra la mujer.

Miren el paisaje desolador de esta semana: Jessyca, asesinada a balazos en el patio del colegio de su hijo, cinco chicos que se hacían llamar «la manada» juzgados por violar a una muchacha de 18 años, ¿y vamos a acostumbrarnos a vivir con semejante panorama? Las violencias de género amplifican el deterioro de la estructura social, sus propias entrañas: educación, relaciones interpersonales, autoestima, cultura, herramientas emocionales, medios de comunicación, sexualidad? Todo desvencijado por una organización patriarcal que genera y perpetúa el delirio, desprecio, desigualdad, discriminación, locura, impotencia y toxicidad entre los vínculos hombre-mujer. Hacen falta nuevas masculinidades que no confronten el género. Romper estereotipos, prejuicios, roles, etc.

Asumir que hombres y mujeres somos iguales, como iguales debieran ser la paternidad y la maternidad. Combatir la «ley del agrado» que sexualiza cuerpos e impone juicios y miradas masculinas: el hombre somete, la mujer obedece. Cultivar el abecedario de las emociones, a sabiendas del analfabetismo emocional propio de un orden patriarcal que cuenta con el beneplácito de ciudadanía, instituciones y diversas esferas de la vida. Y, por supuesto, promulgar el discurso feminista. ¿Qué sería de la justicia, la política, la ciencia o la legislación si no existieran las gafas violeta? Sin activismo feminista la involución de género estaría en auge.

La violencia de género no se comprende con análisis simplistas. Hace falta un pensamiento complejo, diverso, no-binario, no-dicotómico. Los asesinos de mujeres no son locos, o pobres, o inmigrantes, o despechados o carecen necesariamente de cultura. Los que matan a mujeres son hombres de carne y hueso. Como los machistas, nos rodean e invaden. El machismo es el preámbulo de la violencia de género. Si sabemos qué ocurre, si tanto nos indigna el terrorismo machista, ¿dónde está el compromiso?

El silencio de los hombres les convierte en cómplices. El machismo es un aliado de la violencia de género. Sépanlo: el machismo mata.