La historia medieval sigue congelada en Antella, al menos en su torre árabe. La magnánima construcción arquitectónica es, para los

especialistas, una de las mejor conservadas del territorio valenciano hasta el límite de afirmar que está «congelada en el tiempo». La razón

es simple: Ha seguido con vida, es decir, las familias que han vivido en la casa palaciega que se sitúa debajo han sentido la necesidad de

mantenerla en buen estado de conservación, realizando trabajos de consolidación y reparación. Así lo aduce el doctor de la Universitat

Politècnica de València, arquitecto técnico y profesor del máster de Conservación del Patrimonio, Pablo Rodríguez, quien además dirigió un

trabajo final de máster centrado en la torre árabe de Antella a Paula Sarrión Pérez, de Alzira.

Según las observaciones ya realizadas, la construcción pudo realizarse entre finales del siglo XII y principios del XIII, aunque con

posterioridad recibió diferentes ampliaciones que llegaron incluso a la época cristiana, cuando se realizó la coronación de la torre. Fue una época de importante progreso cultural, tecnológico, artesanal o agrícola en la que se fundaron un gran número de alquerías o «qûra». Y es que la edificación es de carácter urbano y se sitúa en el centro de la localidad, justo enfrente de la iglesia que pudo tomar forma sobre la

antigua mezquita. Se confrontaba así la edificación civil con la religiosa. En época almohade llegaría a los 20 metros de altura. Se

edificó allí por ser una buena zona para la agricultura por la presencia abundante de agua por el río Xúquer, como se constató con posterioridad

con la canalización de la Acequia Real que creó Jaume I. De hecho, el rey, en sus crónicas sobre la reconquista, criticaba a sus caballeros

por enfrentarse con ciudadanos desarmados. Fue el caso de Antella, un núcleo poblacional de escaso tamaño compuesto por gente civil. Según la arquitecta titulada por la Universitat Politècnica y matrícula de honor en el máster de conservación del patrimonio Paula Sarrión junto a la torre tomaría forma por entonces una albacar. La palabra hace referencia a un tipo de fortificación propia de la Baja Edad Media, consistente en un recinto amurallado usado como refugio para los habitantes de un núcleo de población ante la amenaza enemiga. Es usual que estas

fortificaciones estuviesen asociadas a una torre óptica.

«No creo que precise de ninguna reforma importante, ni consolidación alguna porque la última vez que la analizamos, hace aproximadamente

cinco años, no contaba con ninguna grieta de relevancia. Son torres que se construyeron muy fuertes y estaban preparadas para recibir impactos y ataques. Lo peor que le puede afectar a estas construcciones es el abandono con las consecuencias del viento o el agua y afortunadamente en Antella eso no ha sucedido y por eso sigue en buen estado», argumenta Rodríguez.

La torre edificada en la época medieval, de más de 26 metros de altura, formaba parte de un complejo completado con una casa palaciega que se ha mantenido hasta la actualidad y de unas construcciones adosadas de las que se pueden ver en la actualidad todavía algunos vestigios. Jaume I, tras la reconquista cristiana del territorio valenciano a partir de 1238, repartió el patrimonio entre algunos de los señores que lo

apoyaron y por ello las torres árabes pasaron a manos privadas. Formaba parte de un palacio señorial que albergó diferentes estancias como la

prisión pública o almacenes o graneros. La torre antellense se consolidó e incluso creció una planta más en época cristiana, según constató

Sarrión en una reciente ponencia realizada a propósito de unas jornadas sobre la historia de Antella. Es por ello que cuenta con dos cuerpos

diferentes y claramente observables, uno de tapia y el otro de baldosas.

La administración sólo las adquirió en la época contemporánea cuando apareció una mayor sensibilidad por lo público y algunas de las

construcciones no recibían el trato patrimonial adecuado. No pasó con la torre antellense.

La torre de Antella, que tiene ahora aproximadamente 800 años de antigüedad, cuenta con una de las definiciones arquitectónicas más

bonitas, en opinión de Rodríguez, que se conocen en el territorio valenciano como es una escalera de caracol construida en la posterior

época cristiana y que permite el ascenso hasta las plantas superiores. También se adornó con ventanas y puertas tras la expulsión de los

moriscos y la pérdida de su concepción defensiva.