Pepa Pastor nunca conoció a su primera hija. Con toda seguridad, según sostiene, se la robaron pocos minutos después de nacer, exactamente en el Hospital General Sanjurjo, que hoy se conoce como Peset Aleixandre, en València. Tenía 26 años cuando corría el 19 de febrero de 1968 y, aunque es uno de los episodios menos conocidos de la dictadura, era una práctica usual en el franquismo. A las madres, a las familias, les robaban a sus bebés para entregarlos en adopción a familias próximas al régimen u otras bien situadas que pagaban por los niños y niñas. Pepa Pastor es de Guadassuar y hoy, cuando faltan pocos días para que se cumplan cincuenta años de aquel nacimiento, sigue en pie buscando a su hija. Con la cara bien alta, con una fuerza envidiable. Le ayudan los tres hijos (Marisa, María José y Enrique) que tuvo con posterioridad y que quieren descubrir el paradero de su hermana mayor.

La historia empezó en pleno franquismo, cuando la ley se sometía a los designios autoritarios del dictador y su pléyade. Pepa y Enrique quisieron tener a su primera hija en un hospital. Por entonces, todavía en la década de los sesenta, muchos niños y niñas nacían en casa, con la ayuda de comadronas. Los ribereños optaron por el Hospital General Sanjurjo. Todo fue bien en el parto, con el nacimiento de una niña de casi cinco kilos, por lo que se precisó cesárea.

La abuela llegó a tener a la niña en brazos. Una bebé de mofletes rosados, muy bonita. Ante las buenas noticias, Enrique volvió a casa por aquella carretera de Madrid por la que se tardaba mil años en llegar a la Ribera. La abuela se quedó sola en el hospital y fue entonces cuando salieron varias de las monjas que asistían en los partos para decirle que la niña había fallecido. No añadieron razones. Aquella mujer, de fuertes convicciones religiosas, quiso que le diesen el supuesto cadáver del bebé e incluso llegó a ofrecer dinero ante las constantes negativas. Quería enterrar decentemente a la niña. El médico y las asistentas se negaron y le enseñaron, desde la distancia, un bebé tapado que no pudo comprobar si era su nieta. Cuando Enrique volvió al hospital, se le dio la noticia a Pepa. Nunca se creyó el fallecimiento pero calló. Durante décadas.

Por entonces, si la muerte se producía pocos minutos después del parto no se consideraba al bebé todavía como una persona y no era obligatorio realizar un informe de defunción. «Era demasiado fácil robar un bebé en dichas circunstancias», defiende una de las hermanas, Marisa. Durante décadas el silencio se adueñó de las gargantas de los frustrados padres. Los posteriores hijos, que llegaron para completar una nutrida familia, recibieron por explicación vaguedades e inexactitudes.

Como en muchos otros aspectos durante la dictadura, el miedo dominó el relato. Los años pasaron y el padre de familia murió sin tener noticias de su primera hija.

Fue a partir del año 2010 cuando empezaron a buscar activamente a su hija y hermana. Cientos de familias salían por entonces por todos los rincones de España para denunciar el robo de bebés. Todas las mujeres contaban historias muy parecidas. Los hermanos de la desaparecida se empezaron a relacionar con gente que había vivido la misma situación, a través de asociaciones como SOS Bebés Robados de València. Fue entonces cuando la familia de Guadassuar empezó a constatar que las irregularidades se acumulaban sin descanso. A pesar de que el nacimiento se produjo el día 19 de febrero, hasta el 24 no costaba ninguna información relativa al ingreso en el cementerio de València. Marisa estuvo investigando y estuvo en la supuesta fosa común en la que fue enterrada su hermana. Nunca se ha abierto ninguna para demostrarlo. Intentar engarzar hoy una historia coherente a través de los documentos oficiales es una odisea prácticamente imposible de navegar. El archivo del hospital se quemó en extrañas circunstancias en los años ochenta y se perdieron 70.000 historias clínicas.

Enfermeras implicadas

A día de hoy no consta documento ni de nacimiento ni de defunción de la hija de Pepa. En el hospital sólo consta la fecha de ingreso y alta. El supuesto médico que la atendió fue Villanueva. Nunca existió el tal doctor, según han podido demostrar con posterioridad. Sin embargo, la madre buscó y encontró al verdadero médico que la atendió (que trabajaba hasta hace unos años en una clínica privada de València ) y pudo descansar diciéndole que sabía que él le había robado a su hija.

El rizo siempre se puede rizar. En aquel parto participó una enfermera de Guadassuar que con el tiempo volvió a la localidad a vivir. La familia quiso hablar con ella para que les ayudase en la búsqueda y, según comenta Pepa, llegó a decirle (después de negarse en anteriores ocasiones a hablar) que la niña «estaba bien con sus padres actuales y que no removiese el pasado». Aquella enfermera llegó a ser investigada por la policía pero falleció, llevándose el secreto a la tumba. Los agentes llegaron a declarar a la familia Pastor que aquella mujer «ocultaba mucho».

En 2013, la fiscal Teresa Gisbert cerró la investigación judicial de todos los casos. En una carta idéntica para todas las familias les notificó que no había forma de demostrar los robos por la destrucción de las 70.000 historias clínicas por el incendio. La iniciativa de las familias, sin embargo, ha continuado y hoy hay abierta una comisión de investigación en las Corts Valencianes que busca constatar el robo de bebés durante el franquismo a través de la Ley de la Memoria Histórica.