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El hombre que llevó la Muixeranga de Algemesí a lo más alto

?Tomás Pla, «el mestre», logró revitalizar una costumbre casi olvidada a finales de los sesenta hasta convertirla en Patrimonio de la Humanidad

Tomás Pla, con su bastón de Mestre, relanzó la Muixeranga y la dirigió durante treinta años. vicent m. pastor

Cuando una vela se consume y queda poco para que se apague, incluso entonces, ese fuego es suficiente para encender un gran espectáculo pirotécnico. Esa metáfora sirve para explicar la historia de la Muixeranga de Algemesí. La «blava» es un símbolo de la localidad pero no siempre fue así. Hubo una época en la que la Festa de la Mare de Déu, ahora Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, pasaba por horas bajas. Un grupo de vecinos no se resignó a que ocurriese eso. Entre ellos estaba Tomás Pla. Mestre de la Muixeranga durante treinta años, su vida está ligada a las fiestas de Algemesí, incluso a las taurinas. Sin él, no podría entenderse el arte de hacer torres humanas.

Con apenas 11 años, Tomás estudiaba en la escuela de los Maristas, pero tuvo que dejar esas enseñanzas para ponerse a trabajar. El hecho de que formase parte de aquel colegio marcó el devenir de la Muixeranga. Durante la década de los 60 e inicios de los 70, se vivió una etapa muy oscura. «Eran años en los que la Festa de la Mare de Déu se sostenía con alfileres. El alcalde Salvador Castell era un entusiasta de la fiesta y los propios empleados municipales salían como 'cirialots'; mantenía la fiesta, no dejó que se perdiera la tradición pero estaba en un punto muy bajo. En aquella época, los muixeranguers que salían lo hacían cobrando, pero gracias a ellos se mantenía con vida», recuerda Tomás.

Uno de los momentos que marcó un antes y un después fue una asamblea de antiguos alumnos de los Maristas, en la que se representaron algunas muestras del folclore local. Era el año 1967. Tomás, cómo no, contribuyó montando una muixeranga. «Desde aquel momento, el escritor Martí Domínguez venía detrás de mí y me insistía una y otra vez para relanzar la Muixeranga», asegura. No obstante, no fue hasta 1973 cuando llegó el verdadero punto de inflexión. La Muixeranga no participó en la Precessó de les Promeses. Con prisas y sin tiempo para ensayar demasiado, se creó la nueva «colla», con Tomás, el hermano Agustín Aisa y otros antiguos Maristas. Juntos superaron algunos de los clichés del momento: «En aquella época ser un muixeranguer estaba muy desprestigiado , a veces se usaba incluso como palabra malsonante. Algunos tenían vergüenza de salir de casa vestidos con el traje, pero yo insistía en que debíamos mantener la vestimenta tradicional. Fuimos 30 o 40 personas las que participamos en la procesión».

La segunda «colla»

La vela cuya llama estaba a punto de extinguirse prendió de nuevo con fuerza. A partir de aquel momento, surgió un movimiento social cada vez más grande interesado en continuar con la tradición muixeranguera. Aunque, no todo fueron buenos momentos. Uno de los más difíciles para Tomás está ligado a la creación de la segunda «colla», la Nova Muixeranga. «Fue un momento muy duro, yo estaba muy dolido», recuerda, y prosigue: «Sanxis, Pellicer y Navarro querían imponer sus convicciones al resto y yo no podía tolerar eso, no sólo querían incorporar a la mujer. Tradicionalmente, la Muixeranga era una cosa de hombres y ellos defendían que participara la mujer. Yo siempre he pensado que había que mantener la costumbre. Pero, al final sabía que no me podía oponer a ello y hoy también tenemos mujeres en nuestra 'colla'».

Pese a ello, la Muixeranga llegó a lo más alto. Más allá de sus actuaciones más ilustres, el momento más importante para la «colla» fue cuando la Festa de la Mare de Déu obtuvo la distinción de la Unesco. «Recuerdo que era de noche, tocaron las campanas... Fue un día memorable, todo estaba lleno de televisiones, fue una fiesta. Estaba muy orgulloso, muchas personas trabajamos duro para relanzar la Festa».

El pasado año, Tomás ya no vistió los colores rojo, azul y blanco de la Muixeranga durante la festividad. «Si se me veía en la procesión, yo seguía siendo, aunque fuera simbólicamente, el Mestre, y quería huir de eso», confiesa, a lo que añade: «Soy presidente de honor, acudo a los ensayos y espero que se consigan grandes cosas sobre los cimientos que he trabajado. Seré muixeranguer hasta el día en que me muera».

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