El suave y penetrante sonido metálico de las cadenas atadas a los pies que arrastran algunos penitentes por la calle se funde con las marchas procesionales que interpretan las bandas de música y con los toques secos y mucho más intensos de cornetas y tambores. En medio de ese ambiente, contemplado por miles de espectadores que llenan los dos lados de la calle, discurren los cofrades, los portadores y las imágenes religiosas, algunas custodiadas por policías, militares o fieles que, por una u otra razón, quieren purificar sus almas llevando a cuestas cruces o escaleras.
La fe es el centro de la procesión del Santo Entierro de Gandia, que discurrió ayer durante más de tres horas por el núcleo histórico de la ciudad, pero contemplar su lento discurrir, su rica imageninería o los gestos de quienes participan también se convierte cada año en un espectáculo que combina la devoción y el espectáculo.
Cumpliendo la tradición, todas las hermadades de la ciudad participaron ayer en este acto con el que los cofrades escenifican el acompañamiento al cuerpo muerto de Cristo y con el que, al mismo tiempo, proclaman la resurrección que marcará, mañana domingo, el momento álgido no solo de esta fiesta, sino de toda la litúgia cristiana.
Cada una de las hermandades muestra su devoción concreta. Al Cristo vivo que entra en Jerusalén, al que celebra la última cena, al que perdona, al preso, injuriado y torturado, al crucificado que expira, al que mira a su madre llena de dolor, al que se deposita en el sepulcro cuando muere. Cada una ha desfilado durante esta semana por las calles de Gandia y en la tarde de ayer, hasta bien entrada la noche, acudieron juntas al mismo acto con la intención de proclamar una misma fe.
El desfile, que paraliza el centro de Gandia, guarda un orden cronológico a los acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús. La Virgen de la Soledad cierra la procesión, a la que siguen las autoridades eclesiásticas y civiles de Gandia. El ceremonial terminó más allá de las once de la noche. La Semana Santa entra en su recta final a la espera de mañana, el día en que todo cristiano expresa felicidad.
