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Grande, Iribas

Iribas, José Miguel no está entre nosotros. Nada es más importante hoy para mí que la presencia, una discreta nota pública en mi ciudad, manifestando su ausencia. Nadie como él desveló a la ciudad de Gandia, nadie como él le lanzó tal reto destinado a su futuro.

Excelente sociólogo y lector de la ciudad, constató el enorme valor del tiempo, habló de la necesaria «conversión del usuario en el protagonista» de toda experiencia de ciudad, de la ciudad compacta y de los excelentes atributos del territorio valenciano, advirtiéndonos, siempre, de la necesidad de «cuidarlo mucho más».

Denunció el despilfarro que ha supuesto, aquí, la ocupación de suelo de la más alta calidad («aquel que está situado bajo la cota 100», decía).

En sus palabras jamás hubo complacencia, siempre espíritu crítico, siempre espíritu. A él se deben las mejores ideas del modelo territorial de la ciudad de Gandia y de la comarca de la Safor.

Así, tal como llega la noticia, respondo. Pues quisiera con él seguir estando, seguir repasando el mundo, recogiendo la vida que se muestra en cada instante y hablar durante largas horas de nosotros y las cosas.

Lo vivido en el pasado queda escrito en el libro que llevamos en nosotros, aquellos que bien nos conocimos y quisimos.

La presencia de quien se va perdura en los suyos, en un pequeño espacio en el que el recuerdo es sólo un refugio, a la espera de que todo sea de nuevo.

Abjuro de la pena que produce su ausencia aunque no del dolor, pues llenó de alegría y bondad las horas y, al fin y al cabo, como dice el poeta «nadie ha estado aquí nunca. ¿Por qué lamentarse de nada? Pasó como todas las cosas: rocío sobre la hierba». Pero esto son cosas personales.

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