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himno a la zozobra

himno a la zozobra

Las declaraciones de Ciro Palmer sobre el carácter reversible del apoyo de Ciutadans al nuevo gobierno local de Gandia quizás sean una ventolera pero, en cualquier caso, deben interpretarse como una declaración de principios.

Creíamos que los campeones del regeneracionismo político nacional habían llegado a los ayuntamientos provistos de un bagaje ético innegociable, pero he aquí que, a las primeras de cambio, los fustigadores de las iniquidades públicas llamados a acabar con las perversiones del sistema se hunden hasta las corvas en los tacticismos más rancios de «la vieja política».

Condicionar el apoyo al actual gobierno local a eventuales pactos postelectorales de Ciutadans en clave estatal -como sugiere Palmer- es un error de bulto que lejos de aplacar los males que tanto han defraudado al electorado, los extenderían hasta límites indeseables. Porque, en primer lugar, los políticos no pueden ser una fuente de inseguridad institucional, minimizando la naturaleza de sus acuerdos sobre la falsilla de oportunismos partidistas mientras intentan convencernos de que habitamos el mejor de los mundos posibles.

En el nuevo clima social surgido de la crisis económica, la opinión pública rechaza frontalmente esas artimañas de patio de Monipodio que ya ha aprendido a detectar, y sorprende que el representante local de Ciutadans, formación que, en buena medida, se nutre de esa misma masa crítica, mantenga un punto de vista contradictorio con las propuestas teóricas de su partido.

Por otro lado, tampoco es aceptable que Palmer someta su postura respecto del pacto de gobierno local a una eventual maniobra a escala nacional de su formación política antes que al grado de eficacia -y en eso consiste el interés público- de un pacto que recoge el deseo de cambio expresado en las urnas hace apenas tres meses. De modo que no hay vuelta de hoja: o Ciutadans ha llegado para cambiar las cosas, como no cesa de repetir su líder, Albert Rivera, o va a cambiar las cosas para que sigan igual, antes de ser barrido por el electorado en nombre de la decencia que no supo, no pudo o no quiso incorporar a la vida pública española. En ese sentido su presencia en los ayuntamientos será la piedra de toque donde se probará la calidad de sus promesas reformistas.

No hay tiempo -no son tiempos- de entonar improvisados himnos a la zozobra institucional en nombre de fidelidades sucursalistas que en ningún caso deben prevalecer sobre el interés general.

Hasta ahora, Ciutadans ha sido capaz de promover la renovación de la política gandiense sin vulnerar las reglas del juego, contribuyendo a librarnos de personalismos autoritarios que se han revelado nefastos para la ciudad. Pero ¿podía hacer otra cosa a tenor de los resultados electorales sin traicionarse a sí mismo?.

El actual escenario político local obliga a Ciutadans a una decisiva tarea de arbitraje en nombre de valores tan ampliamente reclamados por los electores como despreciados por el gobierno anterior, a un compromiso de largo alcance que no puede rehusar al amparo de tretas que le convertirían, a corto plazo, en un partido episódico.

Es la hora histórica de Ciutadans, o de comprobar que el regeneracionismo político no pasaba de ser otra grotesca españolada y que, tras el rito electoral, como casi siempre, no había nada nuevo bajo el sol.

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