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crisis migratoria en europa

El fruto de la solidaridad

Emir, uno de los 45 refugiados bosnios que llegó en 1992 a Gandia huyendo de la guerra, pudo rehacer su vida aquí

El fruto de la solidaridad sergi sapena

Hoy puede pasear tranquilamente con su familia por el centro de Gandia, pero estuvo al borde de la muerte en varias ocasiones. Emir (45 años) fue uno de los civiles bosnios que sufrieron la represión étnica tras el desmembramiento de la antigua Yugoslavia y formó parte del contingente de los 3.000 refugiados que en 1992 encontraron asilo político en España, huyendo de la Guerra de los Balcanes.

Emir pudo rehacer su vida gracias a la solidaridad de los gandienses, donde recaló, y veintitrés años después convive en el barrio de Benipeixcar con su mujer, Rasima (también de origen bosnio, de 40 años), dos hijas nacidas en España (Ayla, de 14 años, y Alma, de 5) y uno más que viene de camino, ya que Rasima está embarazada de cinco meses. Afortunadamente, tanto los padres de Emir como sus hermanos sobrevivieron a la guerra y siguen residiendo en su pueblo de Bosnia.

Territorio de frontera entre diferentes culturas e imperios, la antigua Yugoslavia vivió un ciclo de guerras en la década de los años 90, el más trágico desde la Segunda Guerra Mundial, que avergonzó a Europa. La guerra de Bosnia duró tres años, entre abril de 1992 y diciembre de 1995. Causó cerca de 100.000 víctimas mortales, entre civiles y militares, la mayoría de ellos bosnios musulmanes, y 1,8 millones de desplazados.

El relato de Emir es espeluznante. Vivía con sus padres y sus hermanos en Kozarac, una ciudad al norte de Bosnia cerca de Prijedor. Ayudaba al negocio familiar; una carpintería en la que fabricaban, entre otros, puertas y ventanas. «Hasta que estalló la guerra convivíamos pacíficamente musulmanes, católicos y protestantes», explica. Él tenía 21 años.

Pero todo cambió cuando entraron las tropas serbias, en su expansión nacionalista, e impusieron los métodos habituales orquestados por Milosevic de limpieza étnica y expulsión de sus habitantes. «Nos llevaron a un polideportivo y allí nos separaron; las mujeres y niños se colocaron a la derecha, los hombres jubilados a la izquierda, y los hombres jóvenes, de 18 a unos 60 años, en el centro». Después, empezaron a deportarlos en masa al sur o a repartirlos por los campos de concentración serbios. Emir fue al campo de Trnopolje, donde fue testigo de torturas, violaciones y asesinatos. «Vi como algunos bosnios tuvieron que cavar el agujero donde después morirían», asegura, y señala que aquello no distaba mucho de lo que hicieron los nazis en Auschwitz. «Cualquier excusa valía para pegarte una paliza, por ejemplo, cuando venía algún soldado serbio borracho o algo les había salido mal en la guerra». Se alimentaba -cuando le daban de comer- de sopa de patatas. «Entre junio y octubre perdí 40 kilos», comenta. En agosto, la existencia de estos campos fue descubierta por los medios de comunicación occidentales. Trnopolje pasó a manos de la Cruz Roja Internacional a mediados del mes y cerró en noviembre de 1992. A partir de ahí, empezó la evacuación de refugiados. Sin embargo, tuvieron que acceder a las condiciones del ejército serbio: renunciar a sus propiedades (casas, tierras...) y marcharse a un país extranjero. Pero, antes de que la Cruz Roja tomara el control, se produjo un desagradable episodio: los serbios sacaron del campo a 240 personas en tres autobuses, asegurándoles que salían ya libres. Sin embargo, en una sierra cercana, durante el trayecto, los mataron a todos. «Salieron engañados en esos autobuses de la muerte», se lamenta Emir.

A los prisioneros bosnios ya liberados por los cascos azules los trasladaron al centro de refugiados de Karlovac, ya en Croacia, donde les prestaron asistencia médica y psicológica. Y desde allí partieron a los diferentes países que prestaron asilo. España acogió durante este periodo a 3.000 bosnios.

Gandia fue la primera ciudad española en acoger a los bosnios represaliados, llegados directamente de los campos de concentración. En ello tuvo mucho que ver la entonces alcaldesa, Pepa Frau, quien también era senadora y miembro de la ejecutiva federal del PSOE, partido en el Gobierno hasta 1996. El hotel Porto, en la playa, fue el centro temporal de acogida. Varios voluntarios iban por las tardes para hacerles compañía, enseñarles español o mostrarles la ciudad y parajes del término. La concejala de Servicios Sociales era en aquella época Mari Carmen Pérez, quien, haciendo valer su condición de «grauera», procuró que varios vecinos del Grau de Gandia se implicaran en la causa y ayudaran a estos refugiados.

En el hotel, por su condición de musulmanes, les adaptaron la comida y les habilitaron instalaciones para rezar, aunque no todos eran tan practicantes. La mayoría volvió a su país cuando acabó la guerra pero algunos se quedaron y rehicieron sus vidas en Gandia, en el Grau, o en pueblos vecinos.

Emir llegó a Gandia junto con los hermanos de Rasima, a quienes conocía desde la infancia. En 1994 Rasima vino a España, y empezaron una nueva vida juntos. Desde hace 15 años trabaja de comercial, en la distribución de aceitunas y encurtidos, y tiene nacionalidad española.

Lo más grave de todo para él es que durante todo ese tiempo no supo nada de su familia hasta 1995, tres años después de llegar a Gandia. El primer viaje a Bosnia-Herzegovina lo hizo en 2006. Sobre la actual crisis de refugiados sirios, Emir opina que España podría acogerlos, porque a pesar de la crisis, está mejor que en 1992.

Hacia la integración en la UE

En cuanto a Bosnia-Herzegovina (3,8 millones de habitantes) la estructura actual del país es la establecida por los Acuerdos de Paz de Dayton, de diciembre de 1995, que divide el país en dos entidades con una presidencia tripartita formada por un bosnio musulmán, un serbio y un croata, quienes rotan en la presidencia cada ocho meses.

Además, veinte años después del fin de la guerra, Bosnia comenzó el pasado mes de junio el camino hacia una futura integración en la Unión Europea con la entrada en vigor del Acuerdo de Estabilización y Asociación y la promesa de hacer reformas económicas y sociales. Si es así, en 2017 podría ser declarado país candidato. Los tribunales siguen juzgando a criminales de guerra.

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