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Lecciones de la colección gandiense de Santa Clara

Durante el proceso de beatificación de Francisco de Borja su medio hermano (de padre) Tomás declaró que, cuando lo asistía en su agonía, le solicitó que bendijera a sus parientes; el moribundo le pidió que se los fuera nombrando uno a uno y, cuando citó un Juan, le preguntó si se refería a su hijo o a su primo. Francisco murió en 1572, durante la noche que lleva de septiembre a octubre, y esa pequeña anécdota avala que mantuvo la consciencia hasta el último instante. De hecho, cuando ya no podía ni hablar mandó con un gesto que saliera de la celda el pintor que pretendía discretamente inmortalizar su rostro y el resultado fue que no disponemos de retrato alguno en vida del gandiense más universal.

Francisco de Borja recordaba a los suyos en el lecho de muerte porque, contra lo que a veces se ha sugerido, nunca dejó de hacerlo desde el momento mismo en el que abandonó su Gandia natal para dedicarse de lleno a la Compañía de Jesús. Nunca más volvería aquí, pero ello no implica que se olvidara de su familia o que renunciara a sus orígenes, sino más bien todo lo contrario (y con todas sus consecuencias).

La última prueba de esto que decimos la hemos hallado hace poco en el ubérrimo vergel de la colección de Santa Clara de Gandía, que con tanto mimo y profesionalidad han dispuesto para su contemplación pública el profesor Joan Aliaga y Núria Ramón, junto con su (muy mal pagado) equipo de ayudantes. Entre otras joyas artísticas, aquí se expone el Nacimiento que en 1550 Francisco envió desde Roma para su hija Dorotea, novicia a la sazón en Santa Clara. Los detalles son muy elocuentes y, si seguimos con detenimiento la cronología de los hechos, creemos poder demostrar que Francisco no dejó de pensar ni un instante en la hija que quedaba en el convento; una niña de sólo 12 años y salud muy delicada, como evidenciaría su temprana muerte sólo dos años después, en 1552.

Al igual que sus otros siete hermanos, Dorotea nació donde a su madre le sorprendió el parto acompañando a su marido en el servicio itinerante del emperador. En este caso fue en Valladolid, donde bautizaron a la niña el 27 de junio de 1538, jueves, en la parroquia de San Miguel. Fue la única de sus tres hijas que Francisco metió en el convento y esto no nos parece que fuera por casualidad, pero no podemos detenernos aquí en el interesante asunto de la educación de sus hijos, que no casa bien con esa difundida imagen suya de hombre tradicional y de mentalidad medievalizante. Muy al contrario, yo creo que Francisco de Borja -protagonista de su tiempo- fue un personaje moderno en el sentido histórico del término.

Pero vayamos a los detalles del regalo para su hija y la cronología del mismo. Es importante tener en cuenta que hablamos de un Belén de muy buena calidad. Nos consta positivamente que sus piezas gozan de una salud envidiable? tal y como ha demostrado fehacientemente el TAC (sí: una tomografía axial computerizada) realizado en el hospital a uno de los pastores, donde se evidencia que la figura es una sólida pieza de madera sin ensamblajes. Otra cosa que llama la atención es el buey, pues sin necesidad de recurrir en este caso a aparatos sofisticados es fácil darse cuenta de que? no se trata de un buey precisamente sino de un toro bravo, demasiado parecido como para ser casualidad al «brau» del escudo borgiano. La conclusión lógica de estos detalles, anecdóticos en principio, es que estamos ante un conjunto de muy alta calidad, que no se encontraría en los puestos de venta callejeros romanos sino que debió ser encargado expresamente.

Y aquí comienza la segunda parte de nuestro razonamiento: Francisco no dispuso de mucho tiempo para hacer semejante encargo, de manera que lo lógico es concluir que se puso a ello nada más llegar a la Ciudad Eterna, tal y como evidencia la secuencia de los hechos. Veamos: salió de Gandía el 30 de agosto y llegó a Roma el 23 de octubre. El problema del alojamiento en la Urbe se solucionó pronto porque, aunque le ofrecieron diversos palacios cardenalicios e incluso el propio Julio III puso a su disposición el mismísimo Vaticano, Francisco optó por una modesta habitación en Santa Maria della Strada, la casa de la Compañía donde hoy se alza la iglesia del Gesù. La adaptación a la nueva realidad (recelos incluidos) no debió ser tan fácil de resolver como este problema de intendencia, pero parece claro que Francisco debía tener muy presente el regalo de su hija pues no dispuso de mucho tiempo para encargarlo, que el artesano lo hiciera y enviarlo a Gandia? habida cuenta de que el siguiente 4 de febrero (apenas tres meses después de su llegada) salía de Roma rumbo al País Vasco (para evitar suspicacias) y no volvería a la Ciudad Eterna en los próximos años. La muerte de su hija Dorotea la conoció en Casa de la Reina, mientras visitaba a su tía-abuela Juliana Ángela de Aragón, duquesa de Frías y esposa del condestable de Castilla (con imponente capilla en la catedral de Burgos). Aquí, por cierto, abrirían las monjas gandienses otro de los centros de la reforma coletina.

Las hagiografías reseñan con asombro que Francisco se enteró en tiempo real, a cientos de km de distancia, tanto de la muerte de Dorotea en 1552 como también de la de su otra hija, Isabel (condesa de Lerma), en 1558. A nosotros nos parecen gratuitos este tipo de añadidos, pero seguramente se deba a que no nos interesan tanto las vidas de los santos como las de los mortales, con sus glorias y miserias, y nos limitamos a interpretar lo que vemos. La exposición permanente de Santa Clara es un campo de observación ubérrimo y muy placentero, que no deberíamos dejar perder bajo ningún concepto. Ser generosos con nuestros herederos es una obligación moral? y un placer.

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