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Votadme para que haga con vuestro voto lo que me dé la gana

Votadme para que haga con vuestro voto lo que me dé la gana

Después de mis experiencias como afiliado a dos partidos políticos, no se me ocurrirá aconsejar a nadie que vote o deje de votar, porque cada uno tiene derecho a equivocarse cuantas veces quiera. Y para eso, cada cuatro años, se repite la ceremonia de la confusión de estas ridículas campañas electorales en las que los políticos, enloquecidos por captar votos, se transforman en aquellos iracundos curas de antaño que, a voz en grito, predicaban en los ejercicios espirituales y en las santas misiones, amenazándonos con la condenación eterna.

Ahora los políticos pretenden amedrentarnos con la más desastrosa situación social y económica, si no votamos al partido que ellos representan. Y lo hacen empleando todo tipo de engaños y mentiras, porque saben que los fieles asistentes a los mítines necesitan que se les arengue para convertirlos en defensores de los intereses del partido.

En realidad, nuestro voto sólo sirve para darle a cualquier partido patente de corso para hacer lo que decida su sanedrín y justificar un comportamiento, que más de una vez, nos hará arrepentirnos de haberle votado.

Como decía Pedro G. Cuartango en su columna del pasado lunes «Lo que estamos viviendo en esta campaña es verdaderamente una comedia humana, en la que afloran todas las miserias de los líderes políticos».

Desde Bruselas, donde trabaja, mi nieta Marta, un espíritu romántico y solidario, me cuenta las insalvables dificultades que tienen los españoles para votar por correo y sugiere que los abstencionistas vayamos a votar por ellos. La idea me parece excelente, siempre que se pida el voto a aquellos abstencionistas que lo sean por desidia o por comodidad. Pero no a los que nos abstenemos por determinadas razones. Y voy a explicar las mías.

No voto porque los actuales partidos políticos son grandes estructuras de poder piramidal donde el jefe que ocupa la cima de la pirámide convertido en Dios, hace y deshace a voluntad por el sistema de la dedocracia.

No voto porque en este país no existe la separación de poderes y son los partidos políticos quienes nombran a los miembros del Consejo del Poder Judicial, a los del Supremo y a los del Constitucional. Por lo cual los jueces carecen de independencia, y la justicia no es igual para todos los ciudadanos.

No voto porque la ley electoral es injusta, ya que el voto de cada español no vale lo mismo. Un ejemplo: En las elecciones generales de 2011, UPyD con 465.125 votos, obtuvo 152 concejales. En cambio, el PNV con 325.125 votos obtuvo 889 concejales. Y lo mismo le ocurrió a IU. No cabe duda de que debe establecerse una circunscripción única para que prevalezca el principio universal de la verdadera democracia 'un hombre, un voto'.

No voto porque en este país los partidos no cumplen lo que prometen en los programas electorales. Y tampoco me dicen con qué partido estarían dispuestos a aliarse para obtener el poder. Lo cual me lleva a no saber nunca para que servirá mi voto.

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