Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El puerto

S uelo andar muchas tardes por el magnífico paseo junto al puerto, un espacio cómodo y agradable, hecho a la medida del hombre, diseñado por el arquitecto Bernardo Monserrat.

El paisaje está limitado al norte por la escollera, refugio de pescadores, terminada en faro. Al sur, por los tinglados, otrora jubilosos por el intenso trasiego de la naranja y ahora tristemente silenciosos. En el centro de los doce primeros tinglados, construidos por los ingleses, se alza la torre de los cuatro relojes cansados de marcar las horas y coronada por una veleta señaladora de la procedencia del viento que tanto preocupa a los hombres de la mar. Y al oeste, san Nicolás, río e iglesia donde Nassio Bayarri dejó la huella de su arte en el mosaico del altar mayor.

De pronto, cierro los ojos, se enciende la linterna mágica de los recuerdos y el paisaje cobra vida. Estamos en los años 60-70, cuando este puerto es un cafarnaún de barcos alemanes, ingleses, suecos y algunos pailebotes, de blanco velamen, entrando y saliendo por la bocana para cargar las naranjas de oro. Todo el recinto portuario vive envuelto en una actividad frenética, controlada por los consignatarios Boronad, Mac-Andrews, Monzó, Román, Sendra? ¡Parece el país de las maravillas! De los barcos salen whiskys Johnny Walker y Black&White, tabaco Capstan Navy Cut y Abdulla Virginia, y una gran variedad de chocolates, mantequillas, galletas y mermeladas desconocidas hasta entonces en España. Y de estas maravillas no sólo se benefician consignatarios y exportadores, sino todos cuantos trabajaban en este paraíso, desde cargadores y estibadores a empleados de los consignatarios que llevan y traen todo tipo de papeles desde las oficinas a los barcos.

Mientras se realiza la carga de los barcos, la tripulación, alta y rubia como la cerveza, bebe vino y cazalla en el bar de «La Pastaora» y algunos se acercan hasta Gandia y, pronunciando las palabras mágicas «foky-foky» llegan a las casas de putas de la calle Plus Ultra, con olor a zotal y a pachulí. En realidad, se llaman casas de tolerancia porque la ley franquista obliga, con muy buen criterio, a las revisiones periódicas de las pupilas en el Centro de Higiene. Y ellas, que son muy cuidadosas en la cuestión de la vagina, lo hacen gustosas porque saben que la vagina es el agujero de su alcancía, por donde entra el dinero. Admiten libras, marcos, coronas, florines? convirtiéndose así en las primeras españolas que entran en el Mercado Común.

Algunas noches, cuando en los muelles cesa el ajetreo y quedan en silencio, se oye a una misteriosa mujer que canta:

«Él vino en un barco de nombre extranjero / lo encontré en el puerto un anochecer, / cuando el blanco faro sobre los veleros / su beso de plata dejaba caer. / Era hermoso y rubio como la cerveza?».

Compartir el artículo

stats