Cuatro años después del inicio de su ominosa legislatura, la de la imposición por decreto, la ausencia de diálogo y la merma de recursos a los grupos de la oposición, la incapacidad de control y de fiscalización, de contrapoder en definitiva, y del despilfarro en las cuentas públicas de un Ayuntamiento desbocado, el partido que tiene el reprochable deshonor de acuñar las políticas que, marca de la casa, aún hoy nos lastran, sorprende con la oferta de un «pacto de ciudad» para poder cuadrar las cuentas municipales.

Parece una escena de la película «Good Bye Lenin»: un día se despiertan y el cocodrilo ya no estaba allí. No recuerdan qué hicieron, qué aval dejan, 330 millones de euros de deuda, un «coste cero» de muchos dividendos en negativo, una empresa pública saqueada y un erario sangrado.

Ya no recuerdan tampoco que ni con mayoría absoluta fueron capaces de redactar los Presupuestos que con tanta urgencia reclaman hoy. No es, sin embargo, la escena de un filme, y la digestión de la resaca merecería alguna cosa más que una oferta amnésica y parca.

Piden pacto de ciudad cuando han despreciado cualquier intento de diálogo; solo ahora, con la medida de las orejas del lobo, intentan fundarse el traje de estadista para proclamar un pacto cuando no irían con nadie ni a la esquina. La quiebra y la emergencia económica de Gandia merecería cualquier intento de acercamiento, pero la responsabilidad de cuanto ha sucedido no puede resarcirse con un burdo intento de regeneración, porque todos los corresponsables y cómplices ocupan aún escaño en el Pleno y se atreven incluso a dar lecciones de economía. Inaudito.

El pacto por Gandia no puede suponer un blindaje para los derrochadores, los irresponsables y quienes bordearon la legalidad hasta la inconsciencia. Ni tampoco un esfuerzo que no sea compartido, de manera que nadie asuma su responsabilidad anterior frente al gobierno actual, que paga, cumple con sus obligaciones y establece duras medidas de ajuste precisamente por la responsabilidad que no contrajo pero que tiene por obligación asumir.

En otras palabras: que si las duras medidas de ajuste las tomamos por decisiones y responsabilidades que no son nuestras, no parece de recibo que sus autores y responsables, que aún se presuponen infalibles, hagan tabla rasa. Podemos entender el pacto de ciudad si es con aquellos que, habiendo pedido perdón y asumido su responsabilidad, se arremangan con nosotros y entienden la situación de emergencia que motivó la formación del Gobierno y el ajuste que hemos emprendido para poner orden y sensatez en las cuentas municipales. Podemos entender el pacto de ciudad si es desde la responsabilidad, no desde el frentismo, cuando no desde la advertencia, de quienes actuaron bordeando la ley sin sonrojo.

Y puestos a pedir, podemos aceptar pacto de ciudad, pero no con la actitud de empujar sin saber hacia dónde, aunque ese hacia dónde sea negligentemente en dirección al precipicio. Ahí, de donde ya hemos salido, es donde no queremos volver.