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conspiraciones

Ciro Palmer y Diana Morant, en el pleno de investidura de la alcaldesa. foto de natxo francés

Todos los partidos creen que sus contrincantes políticos mienten, y cuando no lo hacen es por razones de las que también hay que sospechar. Esa lógica del recelo es la que, precisamente, ilustra un viejo chiste recordado por Gramsci: dos judíos se encuentran en un camino. «¿Dónde vas?», pregunta Salomon. «A Varsovia», contesta Isaac. «¡Falso!»- exclama Salomon-. «Dices que vas a Varsovia para que yo crea que vas a Lublin pero yo sé que vas a Varsovia. Entonces, ¿por qué me mientes?».

Ese molde mental también se proyecta en el seno de los partidos y, por supuesto, afecta en mayor o menor grado a la dinámica de los pactos. Habitualmente las formaciones que llegan a acuerdos de gobierno logran generar los suficientes anticuerpos políticos para reducir los riesgos de vivir en un chiste polaco. Pero no siempre ocurre así. En los últimos días Ciro Palmer ha declarado que desde el PSOE local se organizó una maniobra destinada a eliminarle políticamente a la que se habrían sumado los cargos de confianza de C's, Daniel Martí y Maximiliano Doncel que, en su última rueda de prensa, denunciaron la presunta irregularidad de la adjudicación del Polideportivo Roís de Corella. Según Palmer, si ese asunto lograba salpicarle a él como «un caso de corrupción» se allanaría el camino en el seno del partido para exigir su expulsión. Una vez liquidado Palmer, Martí, segundo en la lista electoral, le reemplazaría como concejal, lo que daría más seguridad a un gobierno incómodo bajo la permanente vigilancia personal del jefe de filas de C's. Etcétera.

La historia no es muy verosímil, aunque mal puede serlo, porque Palmer no se basa en las «pruebas convincentes» que dice poseer sino que espera ser creído sin necesidad de darlas, actitud ciertamente sorprendente en quien, hasta ahora, había hecho de la prudencia y la disciplina dos de sus mayores activos políticos. Pero hay más razones de sentido común que conspiran contra la conspiración.

En primer lugar, resulta difícil creer en una trama urdida por «los socialistas», no sólo por la más que improbable conquista de sus supuestos objetivos contra Palmer mediante una estrategia tan peregrina como autolesiva, sino porque una operación política de ese calado forzosamente habría de pasar por implicar en ella a Més Gandia, formación a la que el líder de C's excluye tácitamente de la supuesta intentona. En otras palabras, el PSOE habría conspirado contra el garante del pacto, contra su socio de gobierno y, sobre todo, contra la inteligencia al arriesgar, como partido, su cuota de poder, e individualmente, cada concejal, su nómina. Puede que los políticos españoles no sean especialmente brillantes, pero incluso en Gandia, por cálculo de probabilidades, es imposible imaginar semejante conjura de cabezas de chorlito.

El segundo reparo a la pretendida maquinación es su alto coste político, porque la ciudadanía rechazaría de plano un enredo de baja estofa que además deslegitimaría la imagen de transparencia, regeneración democrática y eficacia que incluso Palmer le reconoce al gobierno.

El tercer reparo habrá que formularlo en forma de súplica, como quien pide clemencia: ¿podemos dejarnos de sandeces?

Nadie le niega a Palmer, como él dice, su «sacrificio político personal» ni su contribución decisiva a un pacto de gobierno al que, por otra parte, le obligaban sus convicciones políticas y las promesas de regeneración democrática abanderadas por C's. Pero debería estar a la altura de lo que predica y dejar de alancear fantasmas, además de revisar sus ideas -al parecer no muy firmes- sobre el significado del compromiso político. Palmer debe decidir entre ser la garantía del gobierno o su amenaza permanente. Si hay que ir a Varsovia, se va.

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