Hace ya casi un siglo, G. K. Chesterton advirtió del peligro de que el estado monopolizara la educación: «Borrarán la antigua autoridad de los padres. Su lugar no lo va a ocupar ni la libertad ni la licencia, sino la autoridad del Estado mucho más supresora y destructiva». Ahora, el viejo debate entre educación pública y educación privada concertada vuelve a ocupar un lugar en la agenda política de la Comunidad Valenciana, gracias al acoso iniciado en contra de los centros concertados y a las limitaciones a la libre elección de los padres del centro educativo que prefieren para sus hijos.

Las causas que llevan a la Generalitat a reabrir este debate no están ni en los costes, ni en los resultados ni en la equidad. La educación privada concertada tiene unos costes por alumno inferiores a los de la pública; los resultados académicos no difieren significativamente, aunque son algo mejores los de la enseñanza privada concertada y los centros concertados se rigen por el mismo decreto de admisión que los centros públicos, acogiendo a todo tipo de alumnos, por lo que tampoco cabe objetar que favorezcan la fragmentación social. Descartadas estas razones como causa de la animadversión del Gobierno valenciano hacia la enseñanza privada concertada, quedan los principios ideológicos y la estrategia política como hipótesis más probables.

Entre los principios ideológicos se encuentran algunas ideas clásicas o dogmas de la izquierda, que interpretan la igualdad en términos de igualitarismo e idealizan lo público frente a lo privado. En cuanto a la estrategia, parece que se trata de provocar un enfrentamiento, de dicotomizar la sociedad: la estrategia populista de Podemos va calando en Compromís. Íñigo Errejón dijo que «un gobierno popular no puede disolver el antagonismo, no puede 'gobernar para todos'. Es más, no puede dar siquiera la imagen de que gobierna para todos porque eso sería tanto como disolver la identidad popular». Y esto explica que se quiera crear tensión a costa de la educación, cuando el sistema público y el privado concertado deberían ser complementarios y no antagonistas.

El populismo construye un relato muy simple, una historia de buenos y malos. Como explicaba Víctor Lapuente, «el objetivo de Podemos es 'dicotomizar el espacio político' entre un pueblo y un antipueblo, un enemigo que ellos quieren construir con su discurso». En este caso el pueblo se identifica con la enseñanza pública, mientras que el enemigo -el antipueblo y la casta- se asocia con la enseñanza privada concertada. Así se crea un conflicto donde no lo había y se tiende una cortina de humo sobre el verdadero problema y desafío, que es mejorar la calidad de la enseñanza.

Los informes de la OCDE y PISA indican que tenemos una enseñanza poco eficiente, ya que se invierte mucho para obtener unos pobres resultados, pero se vende el relato de que el problema es la educación privada concertada?

La realidad es más rica y compleja que los esquemáticos planteamientos ideológicos y no debería quedar oculta tras estrategias oportunistas. Existe una larga experiencia satisfactoria sobre cómo pueden coexistir sin mayores problemas centros públicos y privados concertados, aportando pluralidad y dejando a los padres un amplio margen de libertad de elección. Lo que no es sensato es situarse en contra de la libertad y de la diversidad.

La enseñanza mejoraría si, en primer lugar, se despolitizara la educación dando mayor protagonismo a los profesionales de la enseñanza y, en segundo lugar, se otorgara mayor autonomía y libertad a los centros para que innovaran. Al mismo tiempo deberíamos clarificar el objetivo de la educación, que debe ser algo más que la acumulación de conocimientos. En este sentido un buen paradigma sería el de la pedagogía ignaciana: formar personas conscientes, competentes, compasivas y comprometidas.

Prefiero las ideas de Íñigo López de Recalde, más conocido como Ignacio de Loyola, a las de su tocayo, Íñigo Errejón, cuyo interés parece que es construir un antagonista y enfrentar a la sociedad en dos grupos irreconciliables. Prefiero las ideas innovadoras, como por ejemplo el proyecto de los colegios jesuitas de Cataluña, con una nueva pedagogía en la línea del exitoso modelo finlandés, a que se vuelva a la vieja dinámica destructiva y estéril de crear enemigos donde no los hay.