Esta semana se cumplía el primer año de gobierno municipal. Recuerdo la mañana del 13 de junio como una de las más emocionantes de mi vida. Asumimos con empeño y con determinación un encargo que, aun aquel día, no imaginábamos ni tan complicado ni tan arduo. Sabíamos que entrábamos a gobernar una institución en quiebra económica, en profunda crisis moral y alicaída, como la ciudad a la que representaba. Un gobierno que, decíamos, era fruto de la situación de emergencia y respondía a ella. No suponíamos, sin embargo, que el calvario económico iba a ser tan profundo, ni tan dolorosa la gestión de los asuntos públicos. Encontramos un Ayuntamiento que no pagaba un solo euro de su deuda con los bancos, ni sus contratas básicas, que tenía plantas enteras donde cargos de confianza a sueldo del erario público asumían tareas de la Administración, concejalías desmanteladas. Los 350 millones de euros de deuda, una mastodóntica empresa pública que requería de una liquidación que nunca quisieron acometer, o las condiciones estructurales de una administración que había descuidado lo más básico para someter a farra continuada a toda una ciudad, hacían casi imposible el reto de un camino en solitario. Y un año después, aunque con algunos de esos condicionantes todavía intactos, el camino del Gobierno municipal ha consistido en desbrozar los entuertos y, pese al legado, dar una oportunidad a un Ayuntamiento y a Gandia y los gandienses. Con un cambio estético y ético en la manera de hacer las cosas, nuevas políticas pensadas para la gente y sensatez y rigor en la economía municipal.

Comenzando por esto último, toda la deuda bancaria está en vías de refinanciarse, y la que se debía de 2015 está pagada, lo que convirtió el Presupuesto ilegal que encontramos, el prorrogado por el PP, en un documento legal. Hemos trazado el camino de la sensatez, hasta reducir un 50% la deuda a proveedores y cubriendo un millón mensual en facturas en los cajones a tantas empresas y autónomos. Por si esto fuera poco, el Plan de Ajuste traza el camino para los próximos años, aunque con una dura condicionalidad: hemos tenido que aumentar los impuestos para frenar la sangría económica, acabar con la farra de la etapa PP y pagar la dura digestión de la resaca. Aunque la decisión no es agradable, su razonamiento es lógico y nunca lo hemos escondido, a pesar de que no es fácil tomar decisiones. Lejos de la idéntica subida de impuestos torrónica, que dejaba la luz y el agua por pagar pero nos llevaba a todos de cena, mientras la oposición nos preguntábamos sin éxito: más impuestos, para qué.

El cambio ético y estético es también evidente: ya no se seleccionan proveedores por afinidad, ya no caben gastos millonarios en publicidad y propaganda. Todas las facturas son públicas, todos los Plenos se emiten íntegros en directo, un Portal de Transparencia recoge las decisiones y los documentos, la contratación y el organigrama municipal: qué tenemos los concejales, qué percibimos, cuál es nuestro currículum o renta. Sin olvidar que las nuevas políticas han de responder a las nuevas realidades: hemos protegido el Auir de la especulación y el negocio, hemos declarado Gandia ciudad libre de desahucios y seguimos trabajando por la calidad urbana, aún con casi todas las contratas por pagar, o por la gente que sigue sufriendo y ha quedado varada por la crisis y la gestión que de ella se hizo aquí. Por eso son imprescindibles las políticas en favor de las personas que vamos a seguir impulsando, como en muchos otros aspectos con la ayuda de otras administraciones.

Ha sido un año de dificultades, intenso y lleno de vivencias, con todas las horas de nuestro tiempo invertidas en un tiempo que prometimos distinto. Y eso nos ha merecido alabanzas, agradecimientos, pero también reproches. De la mayoría de estos últimos aprendemos; otros, promovidos por quienes nos dejaron aquí y por quienes no admiten ninguna reflexión sobre lo que le ocurre a la ciudad, merecerían que respondiésemos dónde estaban cuando se tomaban las medidas que nos obligan a subir impuestos; dónde, mientras se dejaba de pagar la limpieza o los jardines para invertir en saraos; dónde, mientras se vaciaba la caja para invertir en concesionarios, boleras o playas artificiales. La próxima tarea será la pedagogía alejada del ruido, casa a casa, persona a persona. Porque, si bien el reto merece ser explicado, los gandienses merecen que en este tiempo difícil se les siga mirando a los ojos, 365 días después. Aunque sea por todas las explicaciones que les faltaron antes.