El otro día aparecían en rueda de prensa dos grandes figuras de la política local, Andrés Puig y Ciro Palmer, para dejar claro que sus partidos están en contra del sacrificio de animales. El PP y C's se oponían al proceso de adjudicación de recogida de animales llevado a cabo por el ayuntamiento porque, según los concejales, no contempla inequívocamente que no serán liquidados. Xavier Ródenas dice que el PP y C's mienten, pero ya se sabe que los términos «inequívocamente» y «mentira» en política son más bien dudosos, como el tradicional «ya te pagaré», el aún más falso «te querré siempre» o el ya legendario «ahora, empleo». El asunto parece un caso menor, una de las habituales refriegas de la política local destinada a justificar la nómina, pero en realidad resume la impunidad con la que algunos partidos -no solo en el ámbito local- emplean el lenguaje.

Habría que preguntarles a esas dos lumbreras a qué se referían con la expresión «sacrificio cero» o con el término «animal». Las corridas de toros, que se sepa, acaban inequívocamente con el sacrificio de la res (que a primera vista parece un animal) pero el PP, que las resucitó como atractivo turístico, no ve en ese dato una contradicción evidente respecto de su actual defensa del «sacrificio cero». Lo mismo sucede en el caso de C's, cuyo líder máximo defendió en el Parlament catalán la llamada «fiesta nacional», o sea, la matanza del toro bravo por amor al arte.

Curiosamente el uso sesgado de expresiones como «animal» y «sacrificio cero» se corresponde en esos partidos con el que hacen con otras muy de moda como «regeneración» o «corrupción», que también manejan según se mire, según convenga, según se pacte. Quedan bien en los discursos y las arengas patrióticas hasta que se intenta sacarlas del terreno de la teoría y la interinidad secular e insuflarles vida. Cuando eso ocurre aparecen los exégetas en bloque (políticos, periodistas, tertulianos, polloperas) para informarnos de que la «corrupción» no es exactamente la misma «corrupción» que, en su democrática ignorancia, imaginaba el populacho sino un término mucho más refinado y florentino con el que a veces se califican las acciones de hombres honorables. Parecía que el exministro Soria había mentido descaradamente al decir que no tenía cuentas en paraísos fiscales, pero como se encargaron de recordar los exégetas de su partido, ésa era una manera de demostrar la honradez del exalto cargo, de quien nadie puede decir que esté encausado por «corrupción». Como para el PP la mentira no constituye un caso de corrupción política, el mismo gobierno se encargó de defender la candidatura de Soria a un puesto en el Banco Mundial falseando algunos datos. Finalmente, cuando el ejecutivo se vio forzado a apartar al exministro de la circulación, desde su partido se le tributó la consabida frase marca España: «Es un gesto que le honra».

Es cierto que en el caso Soria C's ha puesto el grito en el cielo, pero hay que recordar que fue el partido de Albert Rivera (no el del Cannabis) el que hace pocas semanas respaldó la curiosísima tesis de que la corrupción política solo afectaba a mangantes y chorizos, pues no era lo mismo esquilmar el erario que «meter la pata», declaración que sin duda tranquilizó a miles de incompetentes, irresponsables y manirrotos. Entonces, ¿a qué tantos aspavientos y gemidos? El «sacrificio cero» debería empezar por no emprenderla a estocadas con la inteligencia del respetable, más castigada ya que el Toro de la Vega. Pero eso, por ahora, es pedir la luna, porque, según todos los indicios, la cosa va para largo en el país de la verborrea y la pachorra. Como dijo el gran cómico, «ya hablaremos dentro de 500 años».