Estos días han aparecido en medios de comunicación noticias criticando el funcionamiento de los servicios de urgencia del departamento de Gandia y más concretamente el del hospital Francesc de Borja. Sus críticas son bienvenidas en lo que de parte de razón tienen y, aunque no queremos aplicar lo de «mal de muchos?», es conveniente saber que lo que nos pasa a nosotros no es nuestra exclusiva. Ocurre en la práctica totalidad de departamentos propios y de otras comunidades, en especial en lugares de afluencia turística. Y tampoco es nuevo: ocurre todos los años desde hace décadas.

Al igual que anteriores veranos, los indicadores en urgencias se resienten levemente pese a todos los esfuerzos que se hacen y no siempre enteramente se consiguen para reforzar la atención.

El motivo por el que los ciudadanos suelen tener que esperar demasiadas horas en los servicios de urgencia, a veces colapsados, es doble: no se ha podido sustituir al 100% al personal habitual que toma vacaciones, ni mucho menos reforzar, pese a que hay partida presupuestaria, y la población hace un peor uso de los servicios de emergencia durante el periodo estival.

¿Por qué no podemos contratar a más profesionales? Primero, porque no hay más. Además de un déficit crónico de plazas de formación en nuestro país, parte de nuestros profesionales sanitarios están empleados en el extranjero, donde son mejor pagados o tienen trabajos más estables. En el caso particular de los hospitales y centros sanitarios en zonas turísticas, como es el caso de Gandia, aún nos cuesta más encontrar profesionales, pues por el mismo sueldo que se les paga aquí, prefieren contratarse en zonas de interior, donde hay poca población en verano, las guardias son más tranquilas y el alquiler de apartamentos asequible. Resulta difícil de entender que nunca se hayan tomado medidas para enfocar adecuadamente un problema antiguo que se repite año tras año.

Para que se hagan una idea de la situación, entre 7.500 urgencias atendidas en un periodo de este verano, sólo 2.100 eran ciudadanos de la Safor; 700 provenían de otras comarcas de la Comunitat Valenciana, 2.900 pertenecían a otras comunidades autónomas y 400 eran extranjeros. Les puedo asegurar por propia experiencia que las dificultades idiomáticas también entorpecen mucho la asistencia.

Aun así, los profesionales del servicio de urgencias se han esforzado en que este año la situación en julio y agosto no desmerezca la de otros años, siendo levemente mejor que en 2015, pues el porcentaje de ingresos es algo inferior y el de atendidos en tiempo según han sido clasificados, levemente superior.

Hacemos lo que podemos y mejor sabemos con los recursos asignados. La Conselleria de Sanitat Universal i Salut Pública de la Comunitat Valenciana ha priorizado lo mejor que ha podido para que la atención no se resienta, dentro de un marco económico muy desfavorable dejado por los anteriores gobiernos de la Generalitat.

Que la situación económica mejore y puedan asignarse mayores recursos puede ser conveniente, pero no la panacea que resolverá el problema, pues este ha existido también en tiempos de bonanza. Se impone una reflexión profunda de cómo tratar y primar los departamentos de salud que, como el nuestro, son de masiva afluencia turística.

Dos cuestiones hay que enfocar: cómo atraer a los profesionales en verano y cómo educar a la ciudadanía para que haga un uso más responsable de la urgencia.