Sorprende comprobar cómo, a pesar de su desplome en las encuestas, el PSOE está siendo incapaz de plantear un debate inteligible sobre su actual estado que trascienda el que se produce de puertas adentro en las altas instancias de su aparato organizativo. Se diría que la fractura socialista solo puede ser reparada rindiendo obediencia a las estructuras del partido, a pesar de las importantes divergencias de fondo escenificadas por los diputados abstencionistas y los contrarios a la investidura de Mariano Rajoy. Aunque esa escisión, como la defenestración de Pedro Sánchez, debe entenderse como el síntoma de una necesaria redefinición general que también afecta al ámbito de la política regional y municipal, son raros los casos en que los dirigentes locales han logrado articular discursos inteligentes destinados a quienes les votaron hace año y medio.

Gandia tampoco ha sido una excepción de ese sucursalismo organizativo que da por sentado que doctores tiene el partido que a su debido tiempo aclararán las cosas y marcarán el rumbo. Si esa actitud responde a una estrategia, es pésima, pues resulta totalmente inoperante para aplacar el desconcierto de electores, simpatizantes y compañeros de viaje que ni viven en el organigrama del partido ni votan en las elecciones locales a la Gestora, o a dicharacheros barones extremeños o castellanomanchegos, ni al muy elástico portavoz parlamentario Antonio Hernando.

La situación resulta aún más pasmosa cuando, como sucede en Gandia, los socialistas forman parte de un gobierno que, en líneas generales, está enmendando eficazmente los desastres heredados y ostentan la alcaldía de la ciudad. ¿Es que no tienen nada que decirles a los casi diez mil gandienses que les votaron y que, según parece, ya van servidos con ver ciertos programas de política basura, los noticiarios televisivos y leer la prensa? No se trata de focalizar en los municipios un debate que si algo precisa es cierto orden de desarrollo interno, sino de enriquecerlo en cada nivel de liderazgo con aportaciones que, en primer lugar, más allá de una sentimentalidad inútil, recuerden por qué tiene sentido ser socialista en sociedades que Daniel Innerarity ha calificado como «democracias complejas».

Entre el histrionismo cantonalista de Carlos Mengual en Oliva (o la postura de la Agrupació Local del PSPV-PSOE de la Font d'en Carròs) y el silencio estepario de los demás dirigentes comarcales existe un amplio margen de maniobra que, hasta ahora, solo ha producido escuetas declaraciones oficialistas. Nadie está siendo capaz de enmarcar los problemas del PSOE en un discurso realista, integrador y medianamente lúcido que invite al optimismo, aunque cualquiera sabe que una crisis política también abre, con frecuencia, ventanas de oportunidad.

Confundir el partido con la estructura del partido es asumir en la práctica la vieja «ley de hierro de las oligarquías» de las organizaciones políticas según la cual una élite dicta las normas y detenta los argumentarios y los cargos con el objetivo de perpetuarse en cada segmento del escalafón a costa de relegar la ideología y el papel de los afiliados a un segundo plano. Pero, a un partido del siglo XXI, debería exigírsele que fuese algo más que una franquicia.

Si en la hiperconectada sociedad de la información los dirigentes locales y comarcales socialistas son incapaces de hablar -como decía aquel alumno del «Juan de Mairena» de Machado- de «lo que pasa en la calle» y afecta seriamente a su partido y a las expectativas depositadas en él por miles de ciudadanos que no viven en Babia, lo único que evidencian es una pobreza de recursos portentosa. Poner en riesgo -donde existan- los mejores activos del partido sin reivindicarlos cuando es necesario no es una idea muy brillante, como tampoco lo es creer que la política municipal sucede en un compartimiento estanco de la realidad.

La intuición política no se aprende, el liderazgo no se forja en la burocracia de la cadena de mando y las evidencias no desaparecen mirando hacia otro lado. Verdades tan simples quizás señalen la causa de ese silencio atronador.