Tras la repentina defunción de Rita Barberá la Mesa del Congreso aprobó que los diputados guardasen un minuto de silencio, sumándose así a la corriente institucional-sentimental activada en la mañana del miércoles por Mariano Rajoy. Se creía que el carácter breve y emotivo del acto, y lo inesperado del caso, harían innecesarias más explicaciones y se sobreentendía que el minuto de silencio se justificaba en su propia escenificación corporativa. Pero no era así. De entrada, ¿cuál era su significado? ¿De qué estaba lleno y qué representaba?

Hasta ahora nadie ha sido capaz de dar una respuesta política a ese enigma, entre otras cosas porque ni siquiera existe una reglamentación protocolaria a la que acogerse para salir del paso. Entonces, ¿por qué se llevó a cabo? ¿Porque no costaba nada y un minuto es fugaz? ¿Por respeto, como dicen Eduardo Madina y los populares? ¿Por una cuestión de simple humanidad? ¿Porque Barberá lo merecía? ¿Por piedad, por buena educación? ¿Por razones estéticas, y porque no adherirse a él habría sido una falta de gusto? ¿Por qué? No lo sabemos y es dudoso que lo sepamos.

Lo que sí sabemos es la reacción (coral y frenética) producida en el resto de partidos y en buena parte de la prensa tras la negativa de Podemos a sumarse a ese silencio post mortem. Aunque la decisión de los dirigentes de Podemos era estrictamente política e incluía expresamente una declaración en la que se «lamentaba la muerte» de la ex dirigente popular y otra en la que mostraban «respeto y condolencias en el ámbito privado», no les sirvió de nada. Fueron pasados por la plancha y calificados de déspotas, miserables y cainitas por los protagonistas de una puesta en escena cuyo sentido no eran capaces de explicar.

La actitud de Podemos en el Congreso fue institucionalmente la más entendible porque, al contrario que la mantenida por las demás formaciones, podía argumentarse en términos estrictamente políticos. ¿Cómo iban a mostrar respeto (si es que se trataba de eso, de respeto) por quien había representado todo lo que, según ellos, no puede tener cabida en la vida pública?

Al vilipendio general se unió incluso el socialista Eduardo Madina, quien afirmó que «celebrar un minuto de silencio no bendice ninguna trayectoria política de nada» y era un «gesto de respeto ante una persona fallecida». A la palabra «respeto» Madina debería haber añadido el adjetivo «institucional» y, de paso, haber aclarado por qué el «respeto» hacia los políticos desaparecidos se sigue practicado selectivamente, pues no es cierto, como dice el diputado del PSOE, que guardar un minuto de silencio sea algo que «se hace siempre». En el país de la insidia Madina no ahorró la suya: «si hubiese sido Otegi en lugar de Barberá habrían hecho un minuto de silencio». No es muy creíble caer de morros, en nombre del respeto, en la insidia, la infamia y el sofisma.

Tienen sentido institucional los tres días de luto decretados por el Ayuntamiento de Valencia porque los justifica la historia de la ciudad y la biografía política de Barberá, como tiene sentido la actitud de los diputados de Compromís. Pero es más que discutible que el acto en el hemiciclo tuviera algún sentido institucional y no puede admitirse en absoluto que, con la coartada del respeto, se reprenda a un partido por hacer o expresar lo que decida libremente mientras no transgreda la ley o el reglamento.

Si, como dicen algunos, hemos entrado por la puerta grande en la era de la post-verdad, habría que agregar que, en España, además hemos llegado en un tiempo récord al post-regeneracionismo corporativista en las más altas instituciones del Estado. Pero todo esto también será, sin duda, una falta de respeto.