Muchas cosas han cambiado desde que hace más de 30 años aparecieran las primeras noticias de sufrimiento y muerte en colectivos de homosexuales y drogadictos de California y Nueva York. En poco tiempo la tragedia se extendió como la epidemia que era, y llegó hasta el umbral de nuestros hogares. Fue una época de dolor e impotencia ante una nueva entidad desconocida y sinónimo de muerte inminente. Aunque no costó muchos años identificar el agente causante, el virus de la inmunodeficiencia humana, ni que aparecieran los primeros tratamientos, éstos eran todavía poco útiles y no impedían la progresión de la enfermedad a la fase de SIDA, y la muerte alcanzó a miles de personas de nuestro país y a millones en el mundo, sin respetar grupos de riesgo, edad o clase social. Fue la fase de pánico y discriminación a lo desconocido

Los 90 fueron años de la esperanza. Se siguieron acumulando nuevas infecciones por el VIH y nuevas muertes por SIDA, pero al final de la década. con más de 50 millones de personas infectadas y la mitad de ellos ya fallecidos, se empezó a disponer de fármacos realmente eficaces. Las muertes por SIDA empezaron a descender, pero la complejidad y efectos tóxicos de aquellos medicamentos requería perfeccionarlos todavía mucho más.

«El tratamiento es posible» podría ser un lema para la llegada del nuevo siglo. Aparecieron pautas cada vez mas sencillas y tolerables y se extendieron los programas que llevaron la esperanza a los países del tercer mundo. Empezábamos a tratar a los pacientes con comodidad y seguridad y el drama de la transmisión a los recien nacidos acabó.

Y llegamos a la década actual, de la normalización de la enfermedad, con fármacos extraordinariamente potentes cómodos y bien tolerados, que permiten tratar de forma sencilla y fácil la enfermedad por el VIH, convirtiéndola en una entidad crónica, que lentamente se va asumiendo por la sociedad y reduciendo su estigma y el miedo derivado de la ignorancia propia de otros tiempos. Los pacientes están integrados sociolaboralmente, acuden a sus revisiones 2 veces al año manteniendo sus proyectos vitales con la esperanza de una curación definitiva.

Pero la nueva realidad tiene sus sombras. Se ha perdido el miedo al contagio, se han abandonado de forma alarmante las prácticas de sexo seguro y el número de nuevos casos de infección por el VIH, así como de otras enfermedades de transmisión sexual, no deja de crecer. Nos adentramos en una nueva época con la esperanza de una curación que no estará lejos, pero con una epidemia que sin ser mortal no se consigue detener. Siguen acumulándose nuevos casos entre jóvenes que han abandonado el preservativo porque se ha perdido el miedo y también existe un importante grupo de personas infectadas no diagnosticadas que siguen extendiendo la infección; parte son estos nuevos jóvenes recién infectados con múltiples relaciones sexuales, pero también pacientes de edad media que sabiéndose de riesgo, no dan el paso para realizarse los test. Cuando la enfermedad debuta en ellos ya está en fases tardías, de mayor complejidad de manejo, y entonces sí que puede ser mortal.

Nos adentramos en una fase de persistencia de la epidemia por la incapacidad para evitar nuevos contagios, de detectar a los no diagnosticados y de hacer llegar la atención médica sanitaria a aquellos que ya se conocen infectados. Sorprende que todavía hoy hay nuevas infecciones y muertes por SIDA.