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Juan Andrés, un erudito de exilio en exilio

Nacido en Planes y catedrático en Gandia, sufrió la expulsión de los jesuitas y redactó la primera historia literaria con todos los géneros de la cultura

juan andrés ejerció como catedrático en la antigua Universidad de Gandia. Escola Pia, sede del antiguo centro jesuítico.Retrato de Juan Andrés según el grabado de Manuel Peleger, dibujado por Andrés Crua y obtenido de la obra de Angelo Antonio Scotti «Elogio histórico… Valencia: 1818».La calle en el centro de Gandia dedicada al jesuita.

El jesuita Juan Andrés da nombre a la calle que comunica la plaza Major con la calle Major de Gandia, lo que da una idea de la importancia del personaje, dado que, con su nombre, se bautizó nada menos que la vía donde antiguamente se situaba l'Almodí o «cambra dels forments», el almacén de trigo de la ciudad. La decisión de ponerle el nombre de Juan Andrés fue tomada por el Ayuntamiento de Gandia en sesión del 30 de mayo de 1884.

En aquella época se estimaba preferible titular las calles con nombres de hijos ilustres, descartando la nomenclatura tradicional. En dicho acuerdo se hacía una bienintencionada nota de su biografía, aunque llena de inexactitudes. Numerosos estudiosos han preocupado por una figura de gran fuerza intelectual y vital, entre ellos Francisco Giner de los Ríos o Manuel Garrido Palazón o Carlos Fuentes, quien no hace mucho esbozaba su perfil biográfico en la «Revista de la Safor», anuario del Centre d'Estudis i Investigacions Comarcals Alfons el Vell, que se resume en este artículo.

Juan Andrés, jesuita e historiador de la literatura, nació en Planes (el Comtat) en 1740, en el seno de una familia de la pequeña nobleza valenciana. Cursó estudios básicos en Benissa y en Valencia, entró en la Compañía de Jesús en 1754 y, tras licenciarse en Teología, en 1763 fue nombrado catedrático de Retórica y Poesía de la Universidad de Gandia.

La expulsión de los jesuitas de España, ordenada por Carlos III en 1767, le obligó a marcharse a Italia junto con sus compañeros de orden, si bien aquellos hombres desterrados supieron convertir su desgracia en una oportunidad de mestizaje cultural que en la persona de Andrés dio alguno de sus mejores frutos.

Juan Andrés encontró un nuevo modo de vida como preceptor de los hijos de los marqueses Bianchi de Mantua y bajo su protección redactó la monumental «Origen, progresos y estado actual de toda la literatura» (1782-1799), conocida por ser la primera historia literaria que aborda la evolución de la cultura escrita en todos sus géneros, desde las matemáticas al teatro pasando por el derecho, en todos los países y todas las épocas.

Más allá de la mera enumeración, se esforzó en evaluar las principales obras y autores de acuerdo con la medida del gusto neoclásico imperante en su tiempo, si bien su aportación más original fue el especial papel que atribuyó a la cultura arábiga en el resurgir de la literatura europea medieval. Realizó también diversos estudios científicos y eruditos y terció en los debates por el prestigio de la literatura española, acusada por los italianos de haber engendrado el mal gusto y propagarlo por toda Europa. Para esta tarea contó con el apoyo de las autoridades españolas que, paradójicamente, aprovecharon las capacidades intelectuales de los jesuitas expulsos y les premiaron con la concesión de pensiones y la publicación de sus obras.

Por otra parte, Andrés mostró siempre una actitud ilustrada, abierta a las corrientes modernas del pensamiento europeo pero que él siempre trató de conciliar en la medida de lo posible con su inquebrantable fidelidad al catolicismo y al orden social del Antiguo Régimen.

La extensión de la Revolución Francesa a Italia desde 1796 le forzó a abandonar Mantua y pasar una suerte de segundo exilio italiano que repercutió en una reducción de sus actividades literarias. No obstante, su fama intelectual propició que fuera nombrado sucesivamente comisario del emperador Francisco II para asuntos educativos en Pavía y luego bibliotecario del duque de Parma y bibliotecario real en Nápoles con los Borbones, cargo en el que fue confirmado por los invasores franceses a pesar de la orden de destierro que lanzaron contra los jesuitas y mantenido de nuevo al final de la guerra.

El cansancio y la ceguera que padeció durante sus últimos años no le impidieron colaborar en la restauración de la Compañía de Jesús y seguir dirigiendo trabajos literarios hasta su muerte, acaecida en Roma en el año 1817.

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