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La «vieta» sigue viva medio siglo después

El tramo que unía la Ribera con la Valldigna, Gandia y Dénia cerró el 11 de julio de 1969 pero permanece en el imaginario de la población

El 11 de julio de 1969 es una fecha que marcó un antes y un después en la Ribera. Aquel día, se puso fin a la línea ferroviaria que unía Carcaixent con Dénia. El «trenet» ya no realizaría jamás aquel trayecto que hizo en tantas ocasiones y que, durante décadas, gozó de gran popularidad. Aunque la «vieta», en proceso de convertirse en una senda verde, sigue viva todavía medio siglo después. La memoria y los recuerdos de aquellos que la utilizaron son, en gran medida, lo que la mantiene todavía palpitando.

Antonia Sanz y Enrique Oltra son historia viva de la desaparecida línea de ferrocarril. Son, con 95 y 90 años, dos de los últimos trabajadores que se mantienen con vida de la «vieta». Ambos tienen en común, además, un factor que les marcó desde una edad temprana: prácticamente nacieron en la vía. «Yo me he criado en el tren y mis hijos también, mi tío y mis padres trabajaron en el ferrocarril, con apenas dos meses ya me llevaron a la garita (de guardabarreras)», recuerda Antonia. «Mi padre era ferroviario, con 16 años empecé haciendo prácticas como fogonero, primero en 'la Ferrolana', que era como llamábamos a la máquina número 7, y luego en la 25, donde me quedé hasta el cierre», afirma Enrique, que después se convirtió en maquinista.

El trayecto Carcaixent-Dénia fue muy popular durante décadas ya que era el único tren que unía las provincias de València y Alicante por la costa. Pero también por su importancia comercial: «Se transportaban cemento de Dénia y naranjas de Oliva, pero la fábrica cerró y el camión le ganó el terreno al tren; eso contribuyó a su cierre», asegura Enrique. Pero mientras funcionaba les pasó de todo. «Todavía me acuerdo de muchas anécdotas», comenta mientras echa la vista atrás: «Una vez, con los primeros automotores, íbamos hacia Dénia y llegó un momento en que, cerca de Gandia, me di cuenta de que había perdido de vista la vía; resultó que, en el paso de Piles, un camión cargado de pinos que pasaba debajo de un puente se la llevó por delante, si no llego a parar nos despeñamos allí».

Aunque tampoco puede olvidar algunos de los accidentes que se producían: «Íbamos hacia Tavernes, por la tarde, justo a la entrada un hombre sale de uno de los campos y se queda tirado en mitad de la vía, le atropellamos un brazo o una pierna, no nos dio tiempo a parar; le llevamos a la estación para que cogiera una ambulancia y, meses más tarde, nos reconoció en un bar, mientras vendía 'numeritos'».

Protectoras de los niños

Antonia, por su parte, trabajó en varios de los pasos a nivel de Carcaixent como guardabarreras hasta que logró un puesto fijo. Su misión era la de accionar la manivela que cerraba la circulación a viandantes y vehículos cuando se acercaba el tren, pero también cuando las máquinas realizaban las maniobras. Al encontrarse muchos de estos pasos en el propio municipio, era muy habitual que los niños se acercaran mientras jugaban. Las guardabarreras eran como las madres de todo el pueblo, cuidaban de los pequeños, les advertían del peligro e, incluso, en más de una ocasión les salvaban la vida. Era muy habitual que las trabajadoras como Antonia dijeran a más de un chaval aquello de «cuando vea a tu madre le diré lo que estabas haciendo». Otras veces, decían a los maquinistas como Enrique que aguardaran, porque a lo lejos veían llegar a un vecino a punto de perder el tren.

Antonia todavía recuerda aquel día de 1969: «Recibimos el último tren que venía de Dénia, todos allí nos despedimos, con besos y abrazos, entre lágrimas y, al final, me fui a casa». Algunos maquinistas siguieron con su trabajo, pero las guardabarreras ya no tenían nada que vigilar. Hoy, medio siglo después, son la voz viviente de la vía estrecha.

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