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Un verano de hace 100 años en Gandia

?En 1917 se alcanzaron los 38 grados de máxima en julio y 37 en agosto ?Cayetano García anotó día a día, durante 30 años, los datos en la ciudad

Cuatro mujeres, en la playa de Gandia, durante un verano de hace cien años.

El verano de 1917 fue cálido en Gandia. La temperatura máxima en julio fue de 38 grados, registrados el día 20, y el 8 de agosto se alcanzaron los 37. Sin embargo, parece que las mínimas nocturnas eran frescas, ya que durante varios días de agosto no se superaron los 20 grados.

Así lo anotó en sus cuadernos el farmacéutico Cayetano García, nacido en Benipeixcar en 1877, quien día a día y durante 30 años, desde 1915 hasta 1944, realizó un minucioso registro de datos meteorológicos que hoy sirven para estudiar la evolución del clima en la ciudad.

En rudimentarias libretas escribía a mano, de forma sistemática, datos de temperatura, viento, precipitaciones, tormentas, sequías, inundaciones o estado de la mar, por ejemplo, además de otras interesantes informaciones sobre el efecto del tiempo en la economía de la ciudad y en la salud de sus habitantes.

Todas sus anotaciones están recogidas en el libro «Registre meteorològic per a l'estudi de la climatologia de Gandia i el seu districte (1915-1944)», editado por el CEIC Alfons el Vell. Aunque el libro no es una novedad editorial (fue impreso en 2005 y aún se puede adquirir), siempre resulta interesante su consulta para comparar sus datos con los actuales.

Así, la media de las temperaturas máximas de julio del año 1917 fue de 32,7 grados. «Las temperaturas no han sido exageradas», escribió García en su cuaderno. «El viento fresquito de nuestro mar ha templado la intensidad del sol». «Veremos qué nos dice agosto». Y agosto dejó una media de las máximas de 32,2 grados.El día 26 de ese mes se produjo una tormenta seca, y anotó: «Calor muy intenso, de los días de mayor calor este verano. 35 grados a la sombra».

El farmacéutico hizo comentarios sobre las escasas precipitaciones de ese verano. En junio «el Serpis suele despedirse, si no lo ha hecho antes, hasta el otoño». A julio «no se le puede pedir agua, si no es acompañada de tormentas. Julio no engaña. Es el mes de la canícula». Respecto a agosto, escribió: «Veinte milímetros y nueve décimas de agua llovida este mes. Nada, tampoco puede resolver la sequía. Para las hortalizas ya es tarde, y para la naranja, que necesita un riego adicional, tampoco resuelve nada».

Llegar a los 40 no era extraño

De los datos de temperatura máxima registrada por García de 1915 a 1944, destacan los 42 grados alcanzados en julio de 1924 y de 1940. En agosto de 1923 se registraron 43 grados de máxima, 42 en el año 1940, y 41 grados en agosto de 1919. A 40 grados subió el termómetro también en agosto de 1921, 1924 y 1935. «El verano cumple su deber si llega a 40 grados a la sombra y hace días asfixiantes», anotó. Por lo tanto, estas temperaturas extremas que hoy casi asustan no han sido tan extrañas en la historia climática de la ciudad.

Por otra parte, García, como farmacéutico que era, hizo interesantes comentarios sobre los efectos del calor en la salud de los gandienses. Julio era «mes de enfermedades intestinales, fiebres intermitentes e infecciones furunculosas», y en agosto había que sumar «la colitis».

En septiembre de 1918, el año de la epidemia de «gripe española», García escribió: «Mes de triste recuerdo y fatídico para Gandia y su distrito. El día 12 se presentó el primer caso de la terrible epidemia que causó tantos estragos. Produjo una gran confusión y desconcierto entre la clase médica, que la desconocía bajo la forma aguda y hemolítica en que se manifestó. En un mes murieron trescientas personas en el distrito, tal vez más que en todo el año».

También se interesaba García por cómo afectaban los fenómenos meteorológicos a las cosechas, y gracias a sus apuntes sabemos hoy que en la huerta de Gandia había vid, olivos, almendros, cacahuetes, a arroz y numerosas variedades de frutas y hortalizas.

El «bouet» de Daimús

Una de las curiosidades de los cuadernos de García es el llamado «bouet de Daimús», un ruido de procedencia marina, frente a la playa de esta localidad, «tan local como inexplicable» y del cual se está perdiendo memoria. Solía producirse justo antes de grandes temporales, como un anuncio de los mismos. El 20 de agosto de 1938, «antes de la tormenta de las nueve de la noche se escuchó el bouet durante 25 minutos».

Un conocido de García, el padre jesuita Algue, inventor del barociclómetro, sugirió que el extraño fenómeno podría deberse a «corrientes telúricas o electromagnéticas». Hoy se cree que podría tratarse del ruido de las piedras del fondo de la playa al ser arrastradas por fuertes corrientes o cambios bruscos de presión.

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