Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

MIS AÑOS FELICES José Miguel Borja

Colegio Carmelitas

Colegio Carmelitas

Durante el primer año de postguerra 1940, las manos de casi todos los españoles estaban llenas de sabañones y muchos se aliviaban el dolor meándose en ellos. El interior de las casas era frío y húmedo. La luz eléctrica, mortecina y fluctuante, se cortaba constantemente y nos alumbrábamos con velas y quinqués de petróleo que, distribuidos por las habitaciones, creaban un ambiente tristón y misterioso. Al anochecer, las casas olían a col y repollo porque en casi todas cenábamos verduras hervidas -un bullidet- y, para que no cayeran moscas en el plato, colgábamos del techo una tira de papel adhesivo donde se quedaban pegados los asquerosos dípteros. Cenábamos en la mesa camilla y se echaba una «firma» en el brasero para que el calorcito ayudara a reponernos del frío que llevábamos metido en los huesos. En casos extremos, antes de acostarnos, nos ponían una bolsa de agua caliente.

Para reducir el importe del recibo de la luz, al anochecer, con la ayuda de unas pinzas de ropa y unos cables, se preparaba un artilugio para puentear el contador y lograr que no marcara durante la noche.

El primer tebeo que apareció muy politizado, moralizante y patriótico, se llamaba Flechas y Pelayos. Pero, afortunadamente, poco tiempo después aparecieron Pulgarcito y el TBO con las aventuras de la familia Ulises, los hermanos Zipi y Zape, y las peripatéticas hermanas Gilda. Otros tebeos fueron los de Hipo, Monito y Fifi. Luego vinieron los de Roberto Alcázar y Pedrín, el Guerrero del Antifaz y los de Juan Centella que se parecía mucho a mi tío Paco Girau.

Las devociones religiosas estaban presentes en muchos hogares. Detrás de la puerta de la casa, se colocaba una placa de hojalata con la imagen del Corazón de Jesús y la leyenda «Dios bendiga cada rincón de esta casa». En el comedor no podía faltar un cuadro de la Última Cena. Además, se bendecía la mesa y se rezaba el rosario, y mucha gente llevaba el escapulario de la Virgen del Carmen que te libraba de ir al infierno si morías en pecado mortal. Recuerdo que la tía Asunsioneta, cuñada del señor Zacarés, el encargado de las aguas potables que fundó el Preventorio, nos traía a casa una pequeña caja de madera en forma de capillita con la imagen de la Virgen. Pegada a la puerta de la caja figuraba la lista con el nombre de la familia que, cada semana, debía recibir la imagen.

El final de la guerra se celebraba con adhesiones inquebrantables al Movimiento, pero mis padres debieron adherirse a otro movimiento más lúdico porque, en 1940, nació mi hermano Pedro. Al principio me molestó que todas las atenciones se las llevara el recién nacido, pero al comprobar que era un pequeño renacuajo que lloraba constantemente y no poseía ninguno de mis poderes paranormales, me sentí feliz y decidí que era llegado el momento de ingresar en el colegio de las Carmelitas, fundado en 1923, para ampliar mis conocimientos. Llegué con mi delantal a rayas y una cestita para el almuerzo parecida a la de Caperucita Roja. Recuerdo la palmera del deslunado con las paredes cubiertas de azulejos, el estanque redondo del patio iluminado por los peces rojos y sobre todo las tres figuras emblemáticas que, como cariátides, llevaban sobre sus hombros el peso del colegio. La hermana Rosario, de dulce sonrisa y ojos azules, se ocupaba de los más pequeños. La hermana Carmen, morena, seria y menuda, tenía sobre su mesa un acerico en forma de corazón, que decía ser el del niño Jesús, y nos obligaba a clavarle una aguja cada vez que nos portábamos mal, especialmente cuando cazábamos moscas y las ahogábamos en el tintero. La hermana Rita, de mayor envergadura que las otras dos, atendía a los alumnos gratuitos que, para marcar las diferencias, entraban por una puerta distinta a los de pago. Aunque parezca mentira, por esta puerta trasera entraban también las hijas e hijos de los rojos.

Como le ocurría a Proust con su magdalena, todavía conservo aquella cestita donde guardo el recuerdo de todos los compañeros que aparecen en esta fotografía. Entre otros: Ángel Deltoro, Ángel Gasque, Roberto Gómez, Juan Rincón, Pepito Doménech, Andrés Escrivá, Constantino Navarro, Francisco Vicedo, Pepito Sendra, Rafael Ripoll, Paco Benavent, Rafael Fayos, Paco Denia, José Manuel Bou, Ricardo Román, Blas Vita, Pedro Laporta, Rafael Bordes, Ignacio Martínez, Pepe Canet y Paco Peiró.

Compartir el artículo

stats