Se preguntaba el pensador liberal Isaiah Berlin en su estudio sobre el juicio político por las causas de esa virtud o gracia, no abundante entre quienes han influido o participado en la primera línea la Historia.

«¿Qué es lo que el emperador Augusto o Bismark sabían y el emperador Claudio o José II no sabían?», decía Berlin. Bajo esa sabiduría específica no subyacía una fuerza personal o una inteligencia superior como la que a veces asoma en la ciencia o en la especulación filosófica. Los favorecidos por la inteligencia política poseían una capacidad integradora que no se detenía en el análisis o en justificaciones teóricas, y en tal sentido estaban muy cerca de la intuición artística.

El ensayo del liberal británico cobra hoy un valor especial, casi melancólico, visto a la luz del «problema» catalán: un problema creado en gran parte por políticos y por razones políticas, y resulta abrumador que una situación en que la inteligencia ha brillado y brilla por su ausencia pretenda resolverse desde la inercia histórica de dos nacionalismos superados: de un lado, el que encabeza el nacionalpujolismo agónico y corrupto, y de otro, el de una derecha española anacrónica e igualmente cleptómana cuya idea de España es envolverse en la bandera nacional, dar vivas a la Guardia Civil y dejar caer el polvo sobre la Constitución.

A punto de iniciarse la intervención de la Autonomía catalana por parte del Estado, lo único seguro es la incertidumbre y la creciente sensación de miedo, la constatación de un fracaso colectivo histórico. El panorama no es muy prometedor. Lanzado a una desesperada huida hacia adelante, el Govern ha inducido el rearme ideológico de la derecha española, y ha obligado a Rajoy a hacer lo que, a pesar de las apariencias, quizás anhelaba el ejecutivo catalán para reivindicarse ante el mundo como representante de una nación oprimida tras haber vulnerado las leyes autonómicas y estatales, dar por bueno un referéndum sin garantías cuyo valor era simbólico y despreciar olímpicamente a más de la mitad de los catalanes. Es decir, todo lo que se oculta en el lacrimógeno video «Help Catalonia».

Sobre esas bases aritméticas, éticas y legales que, más que una lógica democrática, plasman una teología, no es que no se pueda construir un Estado, es que no se puede abrir ni una mercería.

Hoy Rajoy, a quien tanto debe el independentismo, casi parece un político dialogante, prudente y lúcido, o lo que nunca ha sido: un hombre de Estado. Si hace tres semanas la realización del referéndum pudo entenderse a pesar de todo como un triunfo de la sociedad civil catalana que denunciaba los errores de la política territorial centralista, hoy ese capital social se ha transformado dentro y fuera de Catalunya en frustración, inseguridad y desasosiego. Un logro, casi en exclusiva, de las inteligentes derechas patrióticas. De aquí y de allá. España va bien.