como sabemos, el «barret» es una charla callejera que surge del encuentro casual entre conocidos. Pero tan escueta definición solo explica superficialmente el «barret», que tiene más miga y hace mucho que debería haber sido consagrado por la Unesco como «Bien Cultural Inmaterial». ¿Quién entiende hoy que el «barret» local sea menos importante para la Unesco que, por ejemplo, los cantos cosacos de Dniepropetrovsk, el baile merengue, el arte ecuestre mexicano o el ritual mongol para amansar camellas? Como dijo el director del manicomio ante la insurrección de los internos: ¿es que nos hemos vuelto locos?

A continuación, ofrecemos una breve clasificación del «barret» por tipos para señalar su riqueza, variedad y necesidad de amparo desde las más altas instituciones internacionales.

El «barret» político: se produce cuando los interlocutores, nada más verse, incluso desde lejos, saben que no intercambiarán información personal, sino que se entregarán con toda su alma a despellejar a un partido (o a varios, o a todos) o a un hombre público (o a varios, o a todos) para quedarse a gusto. El «barret» político se acompaña de aspavientos y muecas de burla y desprecio. Suele ser reiterativo, ejemplarizante y teatral, y termina, a modo de síntesis, con expresiones tajantes como «Vinga, va, va, ja està bé home, que no tenen vergonya», y otras peores.

El circular: Es el que se da entre personas que llevan décadas prometiendo quedar (para cenar, para ir de viaje, para ponerse al día o para lo que sea) e insisten sinceramente en los mismos propósitos en cada ocasión. El «barret» circular es siempre el mismo, y en él, una cordial mezcla de confusión y sentimiento de culpa demuestra que hay amistades y relaciones que, de no sostenerse en la sociabilidad del propio «barret», habrían desaparecido.

El esquinero: Como su nombre indica tiene lugar en las esquinas. Es un tipo de «barret» excesivamente expuesto en el que, más que reparar en lo que se dice, se atiende instintivamente a quien pueda estar observando, catalogando mentalmente a los interlocutores y la naturaleza de su relación amistosa. Es un «barret» mal ubicado por exceso de perspectiva que a veces da lugar a habladurías.

El acumulativo: Es la clase «barret» que nunca termina de arrancar debido a la inesperada incorporación, una y otra vez, de nuevos participantes que impiden mantener hasta los diálogos más elementales o formales. Es confuso, infrecuente y frustrante.

El de efecto acordeón: Aunque parece condenado a la brevedad a juzgar por la distancia física existente, ya de entrada, entre los conocidos (distancia que amplían dando pequeños pasos hacia atrás), en un momento dado uno de ellos dice algo de relativo interés común, lo que reduce notablemente el espacio de separación, si bien, por la propia dinámica del «barret»-acordeón, poco después dicho espacio vuelve a ampliarse gradualmente, hasta que se recuerda otro tema vagamente interesante que aproxima de nuevo a los interlocutores, etcétera.

El coral: No debe confundirse con el «barret» acumulativo, puesto que se origina voluntariamente en grupo. El «barret» coral es patrimonio filosófico de la tercera o cuarta edad, y a pesar de la diversidad de los asuntos tratados y del número de las conversaciones cruzadas funciona como un reloj. Si el «barret» acumulativo provoca escepticismo sobre la idea del trabajo en equipo, el coral invita al optimismo una vez comprobada la capacidad de algunos seres humanos para desenvolverse colectivamente en situaciones complejas.

El fantasma: Es la clase de «barret» que, a pesar de contar teóricamente con todas las condiciones para realizarse con éxito, fracasa en origen cuando uno de sus virtuales protagonistas dice súbitamente, sin dejar de caminar: «adéu».

Naturalmente, hay tantos tipos de «barret» como de espectadores o protagonistas de ese importante fenómeno cultural. De ahí su grandeza. Pero hasta que la Unesco no se centre un poco y deje de perder el tiempo con camellas, cánticos de lugares impronunciables y costumbres que duermen a las ovejas, habrá que seguir reivindicándolo como Patrimonio de la Humanidad. Mientras tanto, ¿qué podemos decir, sino que la Unesco nos roba?