e l pasado 27 de octubre el Parlament de Catalunya aprobó constituir la República Catalana, independiente y soberana. Simultáneamente el Senado aprobó suspender la autonomía y el Gobierno de España, cesó al Govern, disolvió el Parlament y convocó elecciones. Seguí por televisión en directo esos acontecimientos desde Chile, en la Región del Libertador Bernardo O'Higgins, a más de diez mil kilómetros del ruido de fondo de ese conflicto secesionista que desde hace tiempo sobrellevamos estoicamente.

Durante el vuelo a Santiago leí de un tirón la novela Los restos del día, de Kazuo Ishiguro, que James Ivory llevó magistralmente al cine, con la soberbia interpretación de Anthony Hopkins como el mayordomo Stevens y de Emma Thompson en el papel de miss Kenton. Stevens es un hombre que se ha esforzado toda su vida por ser un mayordomo leal y digno, pero ahora busca la justificación a lo que vislumbra como una vida vacía. Stevens ha renunciado a todo, especialmente al amor de miss Kenton, por una causa que no valía la pena: llegar a ser un gran mayordomo, y por otra causa que era indigna, la de su señor, lord Darlington, a quien siguió fiel e inconscientemente, sin el menor atisbo de espíritu crítico, en sus veleidades antisemitas y filonazis.

Pensé que quizá existan similitudes entre Stevens, el mayordomo fiel, y algunas facetas del conflicto secesionista. Similitud con los ciudadanos catalanes que se sienten independentistas y que son, en su mayoría, gente honrada y trabajadora, que creen sinceramente en los relatos que les han contado o que ellos mismos, como Stevens, se han ido construyendo. Es posible que llegue el día en que, como Stevens, esa gente comience a comprender que la Arcadia feliz que les prometieron o que ellos mismos imaginaron, no es más que un artefacto intelectual hábilmente elaborado: ni existe ni es posible. Porque las utopías no existen, por muy cautivadoras que puedan ser; no son sino sueños imposibles, cantos de sirena que a menudo acaban mal? «Un sueño no es algo muy seguro en lo que confiar -escribió Faulkner-. Es como una pistola cargada con un gatillo fino como un cabello: si permanece vivo el tiempo suficiente, alguien terminará herido».

Miss Kenton, el ama de llaves, es el personaje más humano de la novela. Por despecho deja su trabajo y se casa con alguien de quien no está enamorada, pero a quien acabará queriendo. «Después de todo -le confiesa a Stevens- no se puede hacer retroceder el tiempo. No se puede estar siempre pensando en lo que habría podido ser. Hay que pensar que la vida que uno lleva es tan satisfactoria, o incluso más, que la de los otros, y estar agradecido». Miss Kenton llena de sentido esos restos del día -lo que queda de la vida- para evitar que sean invadidos por el vacío.

Esa gente que de buena fe, incluso con altruismo, defienden la independencia, quizá vislumbren algún día que la secesión no es la panacea que resolverá sus problemas y que los restos del día no se pueden llenar con ella? Ojalá cuando llegue ese momento, los daños no hayan sido irreparables, ni en lo económico ni en lo que es peor, en lo emocional y en lo afectivo, porque es fácil abrir brechas y crear rencores en la convivencia de un pueblo, pero costoso restañar las heridas. Los sueños, los ideales, son necesarios, pero han de estar a la altura de los hombres, no a la de los dioses.

El conflicto secesionista, que se inició como un presunto problema entre Cataluña y España, ha devenido en algo peor: una disputa entre catalanes, un conflicto civil? Las elecciones autonómicas del pasado diciembre corroboran esa realidad: independentistas frente a constitucionalistas, comarcas rurales ancladas en la tradición, frente a áreas urbanas multiculturales? un problema que deben resolver los catalanes. Y la mejor forma de resolverlo es mediante el diálogo y el compromiso entre catalanes, aunque hoy parezca poco menos que imposible.

El nacionalismo debería retomar el sentido común liberal, que no plantea grandes utopías y que, por eso, no levanta pasiones, sino que establece principios básicos que aseguren la libertad, la convivencia y el pluralismo. Principios como el que establece que ningún poder político puede ser ilimitado, por mucho respaldo popular que tenga y que los gobernantes están sometidos a las leyes. Por su parte, el constitucionalismo debe comprender que, a pesar de todos los desatinos de los últimos tiempos, el nacionalismo se fundamenta sobre unos valores válidos y positivos que, al aislarse y elevarse a la categoría de valores absolutos, llegan a perder la razón.

Un sueño no es algo muy seguro en lo que confiar, especialmente si es un sueño imposible que, en vez de cohesionar y hacer avanzar hacia una sociedad abierta, donde nadie quede excluido, crea barreras y promueve conflictos. Está en manos de los catalanes recuperar la capacidad de diálogo entre ellos, buscando compromisos de entendimiento para decidir qué contenido quieren darle a su futuro, qué quieren hacer con los restos del día.