afortunadamente algunos políticos están por encima de las siglas de sus partidos y esta es la razón por la que tengo amigos de todas las ideologías. Hoy traigo a mi sección «A toda plana» tres alcaldes de Gandia, tres personajes, que, pese a sus diferentes edades y formas de pensar, no dudaron en prestarme su colaboración cuando se lo pedí.

Comienzo por Miguel Pérez Valdés, hombre amable y cordial con el que me une la condición de consuegro. Le pregunté por los problemas que tuvo con la autopista y el ferrocarril en sus años de alcalde y esto es lo que me contó. «Estuve de alcalde de 1971 a 1979 y recuerdo lo que nos costó al Ayuntamiento de entonces evitar que la autopista de peaje no pasara entre Gandia y la playa, como recogía el proyecto original. Yo me opuse frontalmente, porque hubiera supuesto cortar de raíz la proyección de la ciudad hacia el mar y la conexión entre los dos núcleos urbanos. El alcalde de Oliva, entonces Pepe Roig, también se sumó. Y he de resaltar la gran mayoría de gente de la Safor que nos apoyó a través de los medios de comunicación. Cuando el Rey Juan Carlos visitó Gandia para inaugurar el tramo que acababa en Xeresa me dijo: «Alcalde, ¡qué jaleo has organizado con la autopista!». Al final prevaleció la postura del Ayuntamiento frente a la de AUMAR y, años más tarde, la autopista se hizo por el interior.

Otra infraestructura muy importante fue la nueva estación del ferrocarril. Hubo que negociar mucho con Ferrocarriles de Vía Estrecha (FEVE), que era la propietaria de los terrenos por donde pasaban las vías del tren. Tuve que ir a Madrid cinco o seis veces para comprar los terrenos de la estación, más los de la calle Ferrocarril d'Alcoi, incluido el Puente de Hierro próximo al Instituto y también el tramo que iba hasta el Grau. FEVE nos pedía inicialmente 60 millones de las antiguas pesetas y, tras mucho negociar, lo conseguimos todo por 5 millones de pesetas. Cuando firmamos la escritura, para intentar sacar algo más, los de FEVE me dijeron que el Ayuntamiento había comprado el puente metálico, pero no los pilares. Yo les respondí: «No se preocupen, pueden pasar a recogerlos cuando quieran». Ahí siguen cuarenta años después.

También compramos la máquina del Ferrocarril Alcoi-Gandia para exponerla frente a la estación. Nos costó 180.000 pesetas. La pintamos y restauramos todo el conjunto, manivelas, panel de conducción y faroles, que, por desgracia duraron muy poco tiempo. Le pusimos, además, una placa con las características técnicas de la vieja locomotora con el nombre de Gandia. Esta placa, por cierto, fue retirada por un Ayuntamiento posterior que repintó la máquina y puso una placa con la fecha de entonces atribuyéndose todo el mérito».

Mi segundo personaje es el alcalde Salvador Moragues. Siempre elegante en el vestir y amable en el trato, no tuvo inconveniente en prestarse al juego que le propuse. Convocó un Pleno extraordinario para recibir al IV Duque de Gandia, Francisco de Borja, que llegaba en carne mortal. Acompañado de los maceros en traje de gala, recibió al Duque a las puertas del Ayuntamiento. Luego en el salón de plenos, lleno hasta la bandera, ambos pronunciaron importantes discursos y, antes de abandonar el salón, don Francisco saludó personalmente a todos los concejales y les obsequió con delicioso pastelito de sus famosos primos los hijos de Teodoro Mora. La escena formaba parte de la película La llegada del Duque a Gandía en la navidad de 1988. Una movida que contó con la colaboración entusiasta de muchos ciudadanos; entre otros, el abad don Alberto Caselles, que me permitió usar el palio, llevado con gran devoción por Andrés Escrivá, Francisco Espí, Emili Ferrer, Tomás Hernández, Rafael Martínez, José Luis Mas, Joaquín Mora, Gonzalo Mora, Juan Luis Rico y Josep Lluís Sanz, y el niño Pau Roig con el incensario. José Martínez, «Gamba», actuó como chófer del Duque, encarnado magistralmente por Ximo Vidal. Damián Catalá le recibió en el Pavelló dels Esports. José Lloret le agasajó, junto a la fallera mayor, en el casal de la calle Vallier. Joan Muñoz coordinó la visita desde un despacho del ayuntamiento. Santi Gomar llevó la cámara y Pepa Vidal se ocupó del maquillaje. La película pueden verla, gratis total, en mi web www.jmborja.com

El tercer personaje es la alcaldesa Pepa Frau. Nuestro feliz encuentro ocurrió en el año 2000 cuando presentó mi novela El nieto secreto del general Franco. El salón de actos de la Casa de la Marquesa, presidido por el brazo incorrupto de Santa Teresa, estaba lleno a rebosar. Pepa llegó elegante y sonriente con mi novela entre las manos, y tras confesar que lo había pasado muy bien con su lectura, hizo una presentación que encantó al público. Al finalizar su parlamento, yo hablé sobre la reliquia preferida del dictador y expliqué que, a su muerte, el brazo de Santa Teresa quedó abandonado en una de las dependencias del Palacio del Pardo y acabó en manos de un chamarilero del Rastro madrileño, donde yo lo compré por 500 pesetas. Al llegar a este punto se lo ofrecí como regalo a la alcaldesa, pero ante las risas de los asistentes, ella lo rechazó con una sonrisa. Al final acabé donándolo al museo de la ciudad.