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"Vuelva dentro de una hora que estará". Detrás de esta habitual frase que a diario pronuncia el farmacéutico, arropado de convicción y seguridad, decenas de veces ante el cliente cuando no tiene el medicamento que le piden hay una enorme y precisa maquinaria con robots, radiofrecuencia, rayos láser, cintas transportadoras y furgonetas que se encargan de que ese fármaco, inyectable, jarabe o pañales estén a la hora exacta en el lugar que lo ha solicitado.

"Nosotros somos esa hora", declara Carlos Vilar, director de la planta de Federación Farmacéutica en Massanassa, uno de los siete almacenes que esta empresa de origen catalán tiene en el litoral mediterráneo. Para este gigante de la distribución de todo tipo de medicamentos y productos de parafarmacia como la alimentación infantil o los pañales, los sistemas informáticos son el cerebro y la base de su funcionamiento.

En concreto, en el almacén valenciano, la plantilla trabaja con un sistema informático institucional propio y otro que dirige el proceso de robotización de los medicamentos. El chequeo es constante, la seguridad, apabullante y las probabilidades de errar, cero.

Los pedidos de las farmacias llegan por ADSL. En unos segundos se recoge el código del medicamento reclamado y de la oficina demandante.

En el almacén se imponen los condicionantes geográficos y la distribución se hace de más lejos a más cerca. El radio de acción cubre las oficinas de Valencia y Alicante. Se incluyen 20 farmacias por ruta. A las más alejadas se les suministra dos veces, las más próximas tienen hasta cuatro repartos más el turno de guardias que se activa solo en el centro urbano de Valencia. Esta planta trabaja con 22 rutas.

Al ser un almacén de medicamentos las exigencias de higiene y limpieza y temperatura (25º) son incuestionables. El director explica que los medicamentos se clasifican en el proceso de recepción para que las cantidades que se sirvan correspondan a las del albarán.Los medicamentos termolábiles, como las vacunas o la insulina, que requieren mantenerse de 2º a 8º llevan un "chip" donde se marca si la temperatura ha superado los 8º. En caso de que así sea, el fármaco se devuelve al laboratorio.

Los medicamentos están perfectamente organizados por estanterías, como si se tratara de un ciudad, donde cada familia tiene un domicilio con dirección, calle, número de portal, piso y puerta, lo que facilita su localización. Luego llega el proceso de radiofrecuencia con láser para identificarlos de nuevo (con lectura de referencia en código de barras) en los cajetines donde se depositan antes de que caigan a la cinta transportadora que los llevará hasta la caja, que será la que se distribuirá a la farmacia.

Las cajas de reparto van cubicadas y se llenan hasta el 27% de su volumen, por seguridad para evitar que se aplaste algún producto.

Para que no se produzca error alguno existen dos sistemas de control: por peso y por impulsos que emiten los robots. En total, la distribuidora cuenta con tres (uno para los fármacos de demanda diaria, otro para los que aguantan día y medio y otro para los de menos salida). El proceso es minucioso y los lectores de las cintas comprueban que no haya error posible.