Todas las fiestas tienen un final ritual, de alguna forma, apoteósico. Lo que no es tan habitual es que éste se produzca a mediodía. Sea por lo que fuere, la tarde y la noche invitan al momento de recoger y dar por concluido el ritual. En València se queman las Fallas, se saca en procesión a la Virgen o a la Custodia, a San Vicente o a cualquiera de los muchos santos y vírgenes que conforman las fiestas grandes y menores en una ciudad que late al ritmo de su calendario festivo. Este particular ritmo «non stop» no ha acabado ni mucho menos. La Semana Santa echará el cierre este mediodía. A plena luz. De hecho, más allá de las comidas que se organicen en los locales sociales, los actos en recuerdo de la muerte y resurrección de Jesús finalizarán con el desfile matinal, único en España, en el que las cofradías desfilarán a buen ritmo, con una sonrisa en la boca. Sin excederse en las actitudes, pero sí recordando que el mensaje religioso, la Resurrección del Hijo de Dios, es un hecho.

Una celebración que empezó a medianoche de ayer, cuando, con las señales horarias, se dispararon los fuegos artificiales que anunciaban el gran acontecimiento. Previamente, Santa María del Mar y el Rosario habían celebrado sendas procesiones. En la primera salió en procesión la cruz y el sudario, para entrar posteriormente la feligresía en el interior de la parroquia con velitas encendidas en la entrada .

En la segunda, la imagen del Cristo Yacente, envuelto en una gasa y custodiada por pretorianos, recibió el canto de «albaes» en algunos puntos de la ciudad. Procesiones mucho más rápidas, que no por ello menos seguidas. De hecho, la del Rosario tuvo una notable concurrencia de espectadores. Eso sí, con un ambiente mucho más relajado, incluyendo una vigilancia policial mucho más suave. Por primera vez desde el Sábado de Gloria, la Avenida del Puerto no estaba cerrada al tráfico ni custodiada por policías nacionales armados hasta los dientes. Con todo, ha sido una Semana Santa con el pie levantado: esa misma vigilancia tuvo lugar el año pasado, en no pocas ocasiones, incluso delante mismo de las procesiones.

Y mientras, ¿qué hacía el resto de las hermandades y cofradías? Su propia versión de la vigilia. Socializarse. Hubo paellas (cuyos componentes escandalizarían al cardenal, salvo que haya bula por el pollo y conejo), pero, sobre todo, reunión. Juegos de mesa, juegos infantiles (en el local del Cristo de la Palma hasta había un castillo hinchable en su interior). En definitiva, cohesionar a partir de la convivencia. Por la noche, todos a cenar a la espera de esas doce de la medianoche.

En el centro de la ciudad, el cardenal Antonio Cañizares, presidió ayer el rezo del «Planctus Mariae», (El lamento de María) con la participación de la Escolanía y antiguos escolanes. Una plegaria que medita sobre el sufrimiento de María a los pies de la Cruz durante la crucifixión de Jesús.