S. Golf, valencia

Alguien dijo que la pasarela es una fábrica de sueños. Detrás hay mucho más -industria, comercio, creatividad, unas decenas de diseñadores con sus equipos, un montaje que mueve a 400 personas, el paraguas institucional, luces y sombras, nervios, tensiones, rencillas-. Pero soñar es necesario. Siempre. Especialmente ahora.

La Semana de la Moda de Valencia alcanzó su sexta edición en el peor momento económico -aunque en un mundo que trabaja con tanta antelación hay que temer más la siguiente-. La pasarela de la crisis mantuvo presupuesto y número de participantes y una infraestructura de primera. Hasta se permitió los «lujos» de «fichar» a grandes técnicos y a «tops» como Jon Kortajarena y Andrés Velencoso, Nieves Álvarez, Arantxa Santamaría o Priscila de Gustin.

Frente a los focos, hubo altibajos. Como en una montaña rusa. La sombra de la crisis es alargada. Los creadores se mueven entre la contención y la fantasía que la oculta. En la primera jornada, curiosamente, se vio mucha -muchísima- y nada mala, moda de hombre. Del más clásico Miquel Suay -que arriesgó en la presentación lorquiana- al innovador José Zambrano, adalid de la nueva masculinidad -a quien se unirían luego, triunfantes en la zona D, La Cinta Roja-. Alex Vidal, en cambio, renunció a las prendas masculinas de las que con tanto tino se hacía cargo Alex jr.

La moda valenciana actúa en general como cualquiera ante la crisis: austeridad, tejidos lisos, ausencia de ornamentos, pliegues, drapeados y volúmenes, faldas más cortas, tonos oscuros (abonan líneas nocturnas y góticas). Mandan ahora los patronajes, los cortes, las formas, los drapeados. Los que ya eran minimalistas, como Mónica Lavandera, están de enhorabuena. Se rebusca en el «arty», las vanguardias del siglo XX -cubismo, surrealismo, futurismo, escultores y fotógrafos-, lo étnico, lo «retro» (¿cualquier tiempo pasado fue mejor?) o el escapismo (Alicia en el país de las maravillas, cuentos, cómics).

Otros optan por cargar el «atrezzo» y volúmenes, colores y formas exageradas para animar el cotarro. El baño de Dolores Cortés con sus superheroínas, por ejemplo. Divertidas y llamativas. Si les quitas las capas, las botas, las barras y las estrellas, tienes la percha de la tienda. O los estilismos ochenteros. Tonuca no se ha movido un ápice de su línea de arte, sensibilidad y cultura. Ni tampoco Hannibal Laguna, que parece estar por encima de las estrecheces. Sus vestidos son de los que hacen soñar. Son modelos de alfombra roja y glamour.

Los que más imaginación derrocharon fueron las nuevas generaciones. Los estudiantes de Modakaos, entre nerviosos e ilusionados. Y la destacable zona D, a base de «lolitas», «yogurines», «góticos sombríos», telas de tapicerías de coches, cortinas y alfombras, chicos con gorros con orejitas... sangre nueva, nervio, optimismo, ganas de luchar.

Entre bambalinas, familiares y fans incondicionales, señoras bien, alguna muestra de tribu urbana, políticos, famosos y famosillos. Y la «misión inversa» del Ivex: tres posibles compradores y diez periodistas extranjeros. Escaparate impagable; ¿negocio?, parece que no. A ver en la próxima.

Hay ausencias que se notan. Y bajas que lamentar. Aunque también hay vida fuera de la SMV.